Guadalajara, Jalisco.
En la Feria Internacional del Libro de Guadalajara se llevó a cabo el homenaje “El privilegio de apagar la luz”, un encuentro en el que Javier Cercas, Leonardo Padura, Pilar Reyes y Marisol Schulz Manaut compartieron los momentos que marcaron su relación con Mario Vargas Llosa, desde la lectura hasta el trabajo editorial.
Javier Cercas abrió la conversación con una reflexión sobre la dimensión literaria del autor peruano. Recordó la publicación temprana de sus primeras tres novelas y el impacto que tuvieron en su generación. Señaló que, entre los 26 y los 33 años, Vargas Llosa escribió títulos que definieron su lugar en la literatura contemporánea.
“Este señor, en 1962, cuando contaba apenas 26 años, publicó La ciudad y los perros. Cuatro años después publicó La casa verde. Y tres años más tarde, Conversación en La Catedral.
Si este señor hubiera dejado de escribir con 33 años… hubiésemos tenido que considerarlo obligatoriamente uno de los grandes novelistas de nuestra lengua”.
Para Cercas, incluso las novelas consideradas menores adquieren otra dimensión cuando se revisan con distancia, pues en su opinión muchas de ellas “si las hubiese escrito cualquier otro escritor, probablemente las consideraríamos obras mayores”.

El escritor cubano Leonardo Padura relató su primer encuentro con Vargas Llosa en el Aeropuerto de Barajas, un episodio que recordó como formativo por lo que representaba acercarse a quien había sido una referencia en su formación como lector. Contó que decidió presentarse y decirle
“Yo lo único que quería decirle es que yo he escrito varias novelas y cada vez que empiezo a escribir una novela me vuelvo a leer su novela Conversación en La Catedral”.
Dijo que la reacción del autor cambió de inmediato y que ese breve intercambio le confirmó la importancia de reconocer la influencia literaria de quienes anteceden a los nuevos narradores.
La editora Pilar Reyes, quien trabajó cerca de 30 años con el autor, habló de su primer encargo con él: el lanzamiento de Los cuadernos de don Rigoberto en Colombia en 1997. Recordó una dedicatoria que el escritor dejó en aquel ejemplar y que cobra sentido para ella con el paso del tiempo.
“En nombre de don Rigoberto, doña Lucrecia, Fonchito, Justiniana y Mario Vargas Llosa”.
Reyes explicó que esa manera de firmar revelaba la naturalidad con la que el autor entendía la presencia de sus personajes en la vida real.
Por su parte, Marisol Schulz Manaut recordó las conversaciones editoriales que sostuvo con Vargas Llosa durante 17 años y subrayó el rigor con el que el autor construía cada una de sus novelas.
“Trabajaba muchísimo las novelas… realmente le dedicaba tiempo a todo el preescritura”.
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