Guadalajara, Jalisco.
Ya los conocías. De ellos te hablé en la entrega anterior.
Son peludos, están repletos de amor, llenan de sonrisas a los pacientes y sólo piden agua y croquetas a cambio.
Hoy te voy a presentar a esta pandilla de perritos de la Asociación Civil “Patitas de Ayuda” que acude una vez por semana a mejorar el estado de ánimo de los niños que son atendidos en la Unidad de Cuidados Paliativos y Medicina del Dolor del Hospital Civil Juan I. Menchaca.
Ella es “la Gorda”, y un día a la semana acude como voluntaria a esta unidad para acompañar y dar mucho amor a las y los niños que acuden a tratar su dolor, para bien vivir y, en algunos casos, para bien morir.
El humano de “la Gorda”, Alberto Jiménez, explica cómo se realizan estas particulares terapias:
“Hay variedad de terapias, realmente la terapia la define el doctor, el profesional. Pero nosotros nos vamos acoplando a las indicaciones.
Hay, por ejemplo, una terapia física que dice el doctor: ‘necesito que camine’, y se ponen a pasear al perro y la caminata que necesitaba el doctor ya se convirtió en un paseo para el perro.
‘Híjole, necesito que el niño mueva el brazo de determinada forma’. Ah, bueno, lo movemos así y se lo ponemos acá o darle un premio al perro. Ese tipo de detalles provocan que algo natural se convierta en una terapia”.
- Aquí, a esta unidad, es a donde llegan los pacientes que nadie quiso atender como te platiqué en la primera entrega, ya sea por lo avanzado de su enfermedad o porque, al ser crónicas y dolorosas sus enfermedades, no saben cómo tratarlas. Pero también se atiende a quienes ya no tienen más esperanza de recuperación, aunque se les puede ofrecer un bien vivir.
Los perritos de terapia ayudan a que las y los niños olviden, aunque sea por una hora, lo que tienen que enfrentar:
“Ellos vienen a cambiar el ambiente del niño; el niño está tenso y todo. Normalmente cambian el ambiente por lo que el niño está más abierto a que le saquen sangre, que tome las medicinas que debe tomar, a las medidas que les toman, se dejan tomar el pulso, la presión, una serie de procedimientos.
Si para un adulto es complicado, para un niño puede ser más difícil”.
Y sí: si hay más caras sonrientes que agujas y lomitos que trabajan como terapeutas, esta unidad se convierte en un oasis para los niños. Es una sala de juegos, tiene mucha luz, es colorida, tiene hasta un tren que rodea la sala de espera y que llama la atención de chicos y grandes.
- La aromaterapia también es muy importante. Los aceites esenciales de lavanda, limón y muchos más, también brindan tranquilidad a quienes lleguen al área.
Sin embargo, por mucho que se trate de reducir el dolor, las escenas que hay en esta unidad no siempre son así.
El servicio también está listo, y de hecho fue creado, para decir adiós de manera digna y amorosa a los niños, rodeados de su familia y sin restricciones para que la experiencia sea lo menos dolorosa posible.
Además, los médicos acompañan a la familia y la ayudan a que el pequeño se vaya sin dolor, de la mejor manera. Incluso le ponen la música que le gusta o lo rodean de sus juguetes favoritos para decirle adiós.
En medio del dolor, hay ratos de descanso y placer. Para eso es que nace esta unidad de cuidados paliativos: para que tú y tu familia tengan el trato digno que se merecen. Para que la enfermedad no acabe por completo contigo y tus seres queridos. Para decir adiós de una manera digna y amorosa.
Para que Rosa y Rubén, Laura y su pequeño, y miles de pacientes más tengan una sonrisa de vez en cuando, y que en medio del dolor que soportan encuentren un halo de luz al cual mirar para encontrar un poco de paz.
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