Guadalajara, Jalisco.
En 1979, por indicaciones de la sede oficial de la Ciudad de México, la agencia postal de Valle de Juárez pasó a convertirse en una nueva oficina de la Dirección General de Correos. Un cambio enorme que modificó las condiciones de trabajo de Guadalupe.
Fue en junio, en medio de la temporada de lluvias que refrescaban y enverdecían la región, que una nueva imagen se agregó a la postal del pueblo: Una mujer que vestía pantalones, gorra y un bolso mensajero, y que, además, repartía las cartas.

“Pues muy contenta, muy emocionada de que iba a realizar un trabajo que no era fácil para una mujer. Yo siempre fui muy valiente. Siempre fui una mujer de mucho arranque. Hasta la fecha. A mí no me asustan las cosas”, dijo.
- Su ruta comenzaba en la oficina y de ahí se disponía a caminar por las calles empedradas del pueblo. Visitaba cada domicilio de teja, barro, adobe y madera.
Acevedo siempre saludaba. La gente estaba ansiosa de que su correspondencia llegara. Con frecuencia se trataba de remesas, ofertas de trabajo, medicinas, joyas, mensajes de hijos migrantes y las muy esperadas cartas de amor.
Cuando se trataba de objetos de valor o cartas de alta importancia, los remitentes le pedían asegurar, registrar y agregar el destinatario específico. Esto tenía el fin de que la correspondencia no se perdiera o fuera robada en el camino.

A Guadalupe siempre le agradecían cuando la correspondencia llegaba, y sobre todo, cuando ésta ayudaba a lograr cometidos.
“Muy contentas: “¡Ay, qué bueno! Ya me contestó mi hijo. ¡Gracias, Lupita. Gracias, gracias!”, y hasta me daban un abrazo y todo.
“¡Ven!, ¡Mira qué estoy cocinando!, que estoy haciendo esto, que estoy…”, y yo les decía, ‘No, señora. No me puedo quedar. Tengo que seguir mi ruta’. Pero sí, sí, muchas muestras de afecto”, contó.
Comentarios como estos le eran muy gratos de escuchar. Sin embargo, en sus inicios las cuestiones de género a causa del machismo también se manifestaron. Afortunadamente, éstas no se prolongaron demasiado.

“Entonces yo me ponía mi camisa, mi uniforme de cartera y andaba. De recién que empecé a ser cartera, ahí sí, los hombres, algunos, pero los mayores, no los jóvenes, me decían:
“Mira, pareces hombre. Vete a tu casa a hacer un quehacer. Atiende a tu familia”.
Pero fue poco, no crea que fue muy notorio. Pero ya después, las mujeres me hicieron sentir mucho muy bien. Me dieron mucha alegría en mi corazón”, recordó con nostalgia.
Los hombres maduros de la época no estaban preparados para ver a una mujer ocupando un cargo administrativo y renegaron un tiempo por ello. No obstante, con el tiempo se convirtió en un personaje entrañable, respetable y muy querido: en la mensajera del pueblo.
Pero su trabajo no estuvo libre de obstáculos, y de ellos, te hablo mañana…
Texto por: Denisse Godínez.
- “Lupita, la mensajera del pueblo” Parte II- 12 agosto, 2025