Entre títeres y orquídeas mágicas, emergió la ópera Barbaverde en Mineralis en el Teatro Degollado
Cortesía




Guadalajara, Jalisco.

Miércoles por la noche, Teatro Degollado. Las puertas se abrieron al misterio, y en el escenario emergió Barbaverde en Mineralis, una ópera de cámara compuesta por el tapatío Ricardo Zohn-Muldoon que desafía lo convencional desde el primer compás.

Con un libreto que parece nacido entre la tinta de un cuaderno de bitácora y la imaginación de un niño sin miedo, la obra tuvo su estreno como parte del Festival Cultural de Mayo, con una combinación de músicos virtuosos, títeres extraordinarios y una narrativa tan absurda como conmovedora.

Desde el inicio, el espectador es transportado a Mineralis, un lago fantástico donde los peces flotan sobre el agua, las embarcaciones se estrellan por doquier y la lógica es apenas un recurso opcional.

En este caos flotante navega el pirata Barbaverde, personaje grotesco y entrañable, cuya barba, convertida en jardín viviente, alberga no solo flora exótica sino también a su inseparable loro, Peperico.

La puesta en escena corrió a cargo de la compañía de teatro y títeres La Coperacha, bajo la dirección del maestro Antonio Camacho, con diseños del ilustrador y monero José Ignacio Solórzano, “Jis”. Su intervención visual y escénica añadió una dimensión onírica que convirtió cada movimiento en una mezcla de delirio y poesía.

La soprano Leah Brzyski dio voz y alma a esta travesía desquiciada, acompañada por la precisión del Lydian String Quartet, provenientes de Estados Unidos. Juntos, tejieron una partitura donde la risa y la inquietud se cruzan en el mismo acorde.

A ratos lúdica, a ratos sombría, la música de Zohn-Muldoon logró envolver cada escena con una tensión casi invisible pero persistente.

A las 8:30 de la noche comenzó este viaje sin brújula, y una hora después, el público aplaudía con desconcierto encantado. “Barbaverde en Mineralis” no busca respuestas; ofrece preguntas vestidas de vegetación, burbujas, plumas y partituras.

  • No fue una ópera cualquiera. Fue un acto de imaginación radical, y quizá por eso, un acto profundamente humano.

Héctor Navarro