Guadalajara, Jalisco.
Hace más de 25 años, la vida en Juanacatlán comenzó a cambiar. Un fuerte olor a huevo podrido comenzó a emanar del Río Santiago, ese que tanta vida les había regalado. Y poco a poco, los habitantes comenzaron a dejar el pueblo… los que podían.
Hortencia Ruiz vivía en Juanacatlán; ahora hace su vida en El Salto.
Buscaban algo cercano a sus raíces, pero al pasar el tiempo continuaron padeciendo el caudal de estas aguas, que se ha convertido en un desastre ambiental, dada la magnitud de contaminación que registra. Hace más de dos décadas, Leticia Esqueda también cambió su lugar residencia.
La contaminación del Río Santiago, esa que se advierte con su blanca espuma y que viaja grandes distancias a través de su desagradable olor, transportando por agua y aire altas concentraciones de metales pesados, es lo que inhalan los habitantes Juanacatlán y El Salto, y esto toma fuerza con el vertedero de Los Laureles, que ya dejó de recibir basura pero que todavía expide olores fétidos.
El olor en las inmediaciones del río llega a ser insoportable. Los habitantes de la zona afirman que el río “huele a muerte”.
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