Buenos Aires, Argentina. 

En tiempos de crisis, puede darse el caso de que los proyectos más simples generen un impacto más profundo. Desde las aulas de una universidad en Argentina surgió la receta de una sopa que, desde hace más de veinte años, ha contribuido a cambiar la vida de miles de personas en varios lugares del mundo.

Gonzalo Bañez Villar de la Voz de América nos explica que este platillo no solo cumple con los máximos niveles nutricionales, sino que es de fácil y rápida preparación, ideal para combatir los pronósticos de inseguridad alimentaria. 

En Argentina, según datos oficiales, seis de cada diez niños viven en situación de pobreza… una cifra que refleja los enormes desafíos del país. Es en este contexto que la Universidad Nacional de Quilmes lanzó un proyecto diseñado para enfrentar el riesgo de la inseguridad alimentaria de manera directa.

Anahí Cuellas, Directora de la planta de producción

"Este proyecto, el proyecto SuperSopa, surge en el año 2002 a partir de una crisis alimentaria que sucedía en ese momento en nuestro país.

La idea era replicar un proyecto que se hacía en Brasil, donde se utilizaban lo que quedaba, los restos de verduras que quedaban en el mercado central, y la idea era elaborar un alimento a partir de estos restos que quedaban, de estos considerados desechos".

Así es como desde hace más de 22 años, miles de chicos han podido alimentarse gracias a este alimento rico en nutrientes, económico y sin conservantes. Desde su creación, ya se han preparado más de 250.000 latas, lo que se traduce en casi 10 millones de raciones repartidas entre los sectores sociales más vulnerables.

María Verónica Kianko, Responsable de calidad:

"Es una sopa concentrada que se envasa en latas de 4 litros. Hoy hicimos 148 latas y estamos en la etapa de esterilización comercial. Las latas acaban de entrar a la autoclave para recibir un

tratamiento térmico exigente para poder lograr un producto estable que tenga una vida útil de dos años cerrado a temperatura ambiente".

Según datos del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina, dos de cada diez hogares enfrentan privación alimentaria y la malnutrición infantil es una preocupación crítica en el país.

En el conurbano bonaerense, donde más del 59% de los habitantes vive en la pobreza y el 45% de las frutas y verduras producidas se pierden o desperdician, proyectos como Supersopa se convierten en un salvavidas para las familias. Pero, para eso, necesitan de las manos solidarias de la sociedad…

Anahí Cuellas, Directora de la planta de producción:

“Es un proyecto solidario. (…) Nosotros, en este sentido, tenemos un programa de padrinos y madrinas, donde un montón de voluntades de colaborar, de ayudar, se anotan y hacen donaciones. Donan distintas cantidades de latas.

Estos donantes de latas pueden elegir a qué comedor entregarles estas latas o simplemente dicen, bueno, quiero donar 5 o 10 latas,

y nosotros lo que hacemos es el nexo con personas que necesitan, con comedores, con merenderos, que se anotan y esperan una respuesta por parte del programa”. 

Tan crítica es la situación alimentaria que muchas veces las donaciones no llegan a cubrir completamente las necesidades…

Anahí Cuellas, Directora de la planta de producción: 

“Lamentablemente tenemos más necesidades que voluntades, pero a medida que el programa se va difundiendo y va llegando a oídos de la comunidad, vamos equiparando un poco estos dos aspectos”.

En la planta de producción, jóvenes universitarios también encuentran un espacio de aprendizaje práctico. Supersopa ha capacitado a más de 350 estudiantes, quienes han acumulado más de 8.000 horas de experiencia en procesos de calidad, nutrición y seguridad alimentaria.

Iñaki Ourracriet - Estudiante:

“Muy reconfortante. Y lo mejor de todo, siempre digo que es el fin social que tiene, saber que estos alimentos van a parar quizás a quien más lo necesita, a un comedor. En ese sentido es algo que nos llena completamente”.

• Cuando la inseguridad alimentaria afecta a millones en el mundo, iniciativas como Supersopa ofrecen algo más que alimento: brindan esperanza a las comunidades que más lo necesitan, se convierten en un símbolo de resiliencia y es un recordatorio de que, con solidaridad y esfuerzo colectivo, es posible construir un futuro mejor para todos.