Macron cobra fuerza en carrera presidencial en una Francia con sed de cambios




Cientos de personas que hicieron fila durante más de una hora, bajo una lluvia torrencial, tuvieron que dar media vuelta, decepcionados, por no poder ver al candidato en ascenso de la campaña presidencial francesa, Emmanuel Macron.  "La sala está llena. No podemos dejar entrar más personas", declaró ante la multitud el exministro de Economía, de 39 años, al llegar al centro deportivo de Quimper (noroeste de Francia) donde celebraba un mitin.

Jean Yvard, dueño de una pequeña empresa bretona explicó, al igual que los demás, que vino para ver de cerca a quien describe como un "fenómeno social". Yvard, de 53 años, ha votado siempre a la derecha, pero para las elecciones presidenciales de abril está pensando votar por este político que se describe como "ni de izquierda, ni de derecha", que dejó el gobierno socialista de François Hollande en agosto de 2016 para lanzarse como candidato independiente.

"Aún no conocemos bien su programa, pero ya vendrá. Lo que conocemos es su actitud, su personalidad", dijo Yvard a la AFP mientras se llenan los últimos puestas de esta sala con capacidad para 2.500 personas. Los asistentes, desde jubilados a veinteañeros, quieren descubrir a quien, a menos de 100 días de los comicios, ha logrado captar una atención extraordinaria.  

Para sus seguidores, Emmanuel Macron es un rostro nuevo de la política francesa, un reformista con una consciencia social, un exbanquero capaz de entender el mundo de los negocios pero también a los suburbios multiétnicos de París y las grandes ciudades de Francia. Para sus detractores, es un elitista que nunca ha sido elegido para ningún cargo en las urnas. La líder de la ultraderecha, Marine Le Pen, se refiere a él como "al candidato de los bancos" o el "Justin Bieber de la política".

- "Necesitamos soñar" -

Por el momento, los analistas se mantienen prudentes sobre el 'fenómeno Macron', en un contexto mundial de gran incertidumbre tras el inesperado triunfo del Brexit y de Donald Trump en 2016. Hasta ahora, la carrera presidencial francesa se anuncia como un duelo entre el conservador François Fillon del partido de derecha Los Republicanos y la líder del ultraderechista Frente Nacional, Marine Le Pen.

En todo caso, su candidatura, a la que se suma la del líder de la ultraizquierda Jean-Luc Mélenchon, agrava las divisiones de una izquierda que acude fraccionada y debilitada a la cita electoral. La presencia en la sala de docenas de voluntarios con camisetas blancas es una muestra de uno de sus logros: conseguir en nuevo meses 145.000 adherentes a su movimiento "En Marche!" ("¡En Marcha!").

En Quimper, el tono es serio. Lejos del patriotismo vistoso de sus rivales de derecha, la tribuna está decorada únicamente con una bandera francesa y una europea. "El destino de Francia es europeo", clamó Macron, bajo los aplausos de la muchedumbre, antes de arremeter contra los políticos, como Le Pen, que culpan a la Unión Europea de todos los males.

En su discurso de 90 minutos, habló rápidamente sobre la inmigración y el terrorismo, dos temas que han acaparado la campaña presidencial. A la salida, Nadine Griffon, una comerciante de 56 años que siempre ha votado por el Partido Socialista, dice estar impresionada por sus ideas, su apariencia, su juventud, su energía en un país inquieto por su declive y en cólera contra los políticos. "Nos hace soñar un poco... y necesitamos soñar, sobre todo cuando vemos lo que está pasando en Estados Unidos", dice. Pero este amante de la literatura también tiene vulnerabilidades.

Su tono franco puede ser confundido con condescendencia cuando, en el terreno, habla de asalariados "iletrados" o de trabajadores "alcohólicos". En mayo, Macron, que siempre viste impecable con traje y corbata, se enfrentó a una lluvia de críticas al declarar ante un manifestante que "la mejor manera de pagarse un traje es trabajando".