Guadalajara, Jalisco.

Por: Violeta Meléndez

En el siglo 19 se le conocía como El Huilisteque y a mediados del 20 llegó a catalogarse como uno de los riesgos volcánicos más importantes del mundo por su peligrosa cercanía con Guadalajara. Hoy, sus habitantes le llaman por su nombre contemporáneo y lo etiquetan como el pulmón de la ciudad, el bosque de La Primavera.

La trascendencia de este lugar no inicia con su condición forestal sino mucho antes, cuando se registran sus primeras erupciones volcánicas riolíticas hace 140 mil años y que fueron configurando el diverso relieve de La actual Primavera. Su última manifestación eruptiva data de hace 20 mil años y formó el cerro del Colli.

El volcán La Primavera marcó a Guadalajara. Sus emanaciones de espuma volcánica ácida, esa tierra blanca conocida localmente como jal, se dispersaron en la atmósfera y al caer formaron un suelo poroso único, privilegiado para la agricultura por su alta capacidad de conservar la humedad.

Actualmente, el Área Metropolitana de Guadalajara se desenvuelve sobre esos depósitos de jal originados en la profundidad de lo que hoy es un bosque de pino-encino.

Además de haber fincado las bases geológicas sobre las que se erigió la segunda ciudad más importante del país, La Primavera es un ecosistema clave. Su enorme variedad de geoformas abrió nichos para la evolución de especies únicas en el mundo principalmente de flora, lo que le da una riqueza biológica irremplazable en todos los niveles de la cadena alimenticia.

La población beneficiada por los recursos naturales y servicios ambientales que ofrece el volcán intermitente de La Primavera no ha sabido gestionarlo, pues las invasiones, cambios de uso de suelo y los incendios provocados son las más frecuentes actividades humanas que lo trastornan. No se ha dimensionado que sin esta expresión de la naturaleza, originada en las entrañas de la Tierra, ni Guadalajara ni Jalisco serían como los conocemos.