Guadalajara, Jalisco.
La primera vez que alguien me habló de las explosiones del 22 de abril de 1992 en Guadalajara yo era ya una adulta joven.
Me preguntaba por qué nadie me había contado acerca de esto antes, ni mi familia, ni la escuela, ni siquiera lo había visto en medios grandes de comunicación como algo más que la fecha de una tragedia.
El testimonio que vas a escuchar a continuación es el de Pablo Fernando Carrera, un paramédico y rescatista cuya labor fue clave para muchos que al final sobrevivieron a aquel fatídico día.
Pablo tiene 40 años al servicio voluntario en la Cruz Roja Mexicana.
Este héroe anónimo ha dedicado su vida a salvar la de otras personas y fue quien me permitió conocer esta historia a través de quien estuvo en la primera línea de rescate.
- En ese entonces, Pablo era un joven paramédico. Ese día se dirigía junto a su esposa al Mercado Corona para desayunar. Sin embargo, el destino le tenía otros planes.
“Llegamos nosotros ahí y un muchacho que tenía un puesto donde llegamos a desayunar y me dijo ‘qué estás haciendo aquí’, pues vengo a desayunar ¿Qué no te acabas de dar cuenta que acaba de explotar ahorita la ciudad?”.
Sin tener idea de qué era lo que había pasado, Pablo no se quedó de brazos cruzados y se dirigió al epicentro de la tragedia.
“En el momento en que llegué yo a la Cruz Roja, uno de mis compañeros me dijo ‘Comandante, súbase a esa ambulancia’, me subo a la ambulancia y en ese momento me avientan una caja llena de equipo de venoclisis.
Se me hizo rarísimo y llego con cajas de sueros, vendas y me pregunté para qué tanto. ‘Lléveselas, las va a ocupar, y ya váyase’”.
El rescatista relató las escenas desgarradoras con las que se encontró:
“Me encontré muchísimas cosas. Para empezar, en la orilla de la calle se veían profundidades de 20-25 metros de profundidad, todo destruido, como si hubiera sido guerra, como cuando cae una bomba en las noticias o en las películas, así se veía.
Todas las casas a lo largo de kilómetros de distancia, cuando se desplomaron los techos se desplomaron con las personas que estaban adentro. Muchas gentes estaban todavía sepultadas y a mí me tocó ir a desenterrar a muchas gentes (...)
La explosión fue tan fuerte que ahora los jóvenes no tienen memoria, arriba de las casas se encontraban los carros”.
Ante la tragedia, persiste la solidaridad. Mientras cientos de personas luchaban por sus vidas, todo Guadalajara se solidarizaba y se reunía para ayudar. Pablo relató que había más de 200 socorristas y voluntarios haciendo labores de rescate y que ahí permanecieron durante días.
“Después de eso yo duré ahí el día de la explosión y hasta el día siguiente en la noche me regresé a mi casa a dormir.
Ya iba para 48 horas sin dormir y me fui yo a la casa de usted y al día siguiente a las 10 de la mañana ya estaba yo de regreso en la Cruz Roja.”
Sin buscar medallas ni reconocimientos, y tras contarme anécdotas de aquella época donde alguna vez se respiró el olor a gasolina y muerte, Pablo concluyó con un mensaje para las generaciones más jóvenes.
“Hay que tener memoria de que esto nos puede volver a suceder otra vez y muchas cosas se están repitiendo, y en nosotros está, en los jóvenes está, que no se vuelva a repetir”.
Sin duda, está en todas y todos ser guardianes de la memoria y no permitir que lo sucedido se quede en el pasado. Que, aunque la tragedia más grande que ha visto Guadalajara no exista en los libros de texto, nuestra naturaleza sea solidarizarnos con aquellos que aún llevan las cicatrices de aquella tragedia.
Porque, hayamos o no vivido ese horrible episodio, y nos cueste trabajo indignarnos con un algo que no nos sacudió personalmente, los ecos de la tragedia sí deben indignarnos.
Para evitar que la negligencia se repita.
Y hasta que la dignidad se haga costumbre.
Investigación especial de África Ramos.
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