Guadalajara, Jalisco.
La calma matutina del 22 de abril de 1992 se vio interrumpida por una serie de explosiones que sacudieron las calles de Guadalajara, transformando lo que parecía un día común en un evento caótico que dejó una profunda huella en la historia de nuestra ciudad.
La tragedia golpeó sin previo aviso mientras los ciudadanos llevaban a cabo sus actividades cotidianas.
Desafortunadamente, poco a poco esa tragedia se desvanece. Ni autoridades ni sociedad han hecho lo que les toca para mantener con vida ese horrible recuerdo que nos ayuda a no repetir nuestros errores.
Yo llegué a este mundo nueve años después de que Guadalajara sufrió la herida. Y toda la información que tengo al respecto es gracias a que mis padres me contaron lo que las noticias compartían. Nada de eso lo aprendí en la escuela.
A pesar de la importancia histórica de este evento, las nuevas generaciones no están al tanto de lo que ocurrió.
Pero siempre hay voces que nos refrescan la memoria. Que nos indican que hay víctimas de las que poco a poco nos olvidamos.
Entre los testigos de este evento se encuentra Rosario Arroyo Estrada, comerciante en el Mercado de Analco.
Ella iba hacia el edificio de Relaciones Exteriores a renovar su pasaporte, pero cuando llegó a las calles de Gante y Bartolomé “sintió que tenía que regresarse”. Seguido de eso escuchó dos explosiones.
"En ese rato yo iba a Relaciones (Exteriores), iba a ver si estaba abierto o a ver si había alguien, ya ve que se cierra. Entonces, yo dije: ‘a ver si me renuevan mi pasaporte’, porque tenía el pasaporte vencido. Y me voy, me regresé de la calle de Gante y Bartolomé, de media cuadra.
Me regresé rápido como que me dijeron: ‘vete’. Llegué. Cuando iba subiendo, ahí fue la primera explosión. Y luego fueron dos explosiones. Y ya de ahí pues me vine, fue una cosa tremenda, no sabíamos ni qué hacer porque se fue la luz, se acabó todo, se acabó y se cerró el mercado (...)
Volví para aquel rumbo y era una columna de tierra, pues sí, tierra, porque se abrió todo lo que fue en la esquina de 20 de Noviembre y Gigante. Ahí se hizo un explosión grande, un hoyo grandote".
Rosario añadió que en ese momento se acordó de todos sus clientes.
Hoy, localizar a una persona es inmediato debido a la conectividad celular. Pero en 1992, el reto de ubicar a alguien era mayúsculo, pues los teléfonos móviles sólo los podía tener gente con muchos recursos. Así, la comunicación en medio de la crisis se convirtió en un reto.
"-¿Y cómo se comunicaba con sus familias anteriormente? Ahorita es muy fácil comunicarnos gracias al celular, pero en ese entonces, ¿cómo le...
- Pues teníamos, yo aquí el señor de la tienda tenía teléfono, él nos lo prestaba porque pues yo ni celular (tenía), a mí ni me gusta el teléfono y yo hablaba a la casa si algo ocupaba. Ese día todos se pusieron pidiéndole a Dios que no nos hubiera pasado nada.
Porque yo tengo familia en Estados Unidos y todos hablaron a la casa porque se había acabado el barrio de Analco, Analco, la calle de Analco.
Por último, Rosario nos compartió su opinión de el por qué las nuevas generaciones no saben sobre las explosiones.
"Desgraciadamente con el celular se les ha olvidado todo, hasta la historia de nuestro país, de todo".
Cada vez más gobiernos y ciudadanos se olvidan del estallido que cimbró a la Guadalajara moderna. Pero los habitantes de la zona, no. Ellos buscan a los medios cada que observan una cámara encenderse.
Piden que alguien los entreviste y poder expresar su indignación porque, 32 años después, las generaciones han cambiado y la indolencia entre las autoridades es cada vez mayor.
- Ellos sólo piden que su tragedia no se borre de la historia, que nadie más sufra por algo parecido y, sí: que, ya sea tres, cuatro o cinco décadas después, el daño sea resarcido.
Investigación especial de Fernanda Sánchez.
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