El 20 de noviembre se celebra el 'Día de usar menos cosas', una jornada con la que se intenta reflexionar sobre lo que realmente necesitamos, quizás como anticipación a eso conocido como Black Friday, la explosión mundial del consumo.
La antropología siempre ha estudiado con asombro la idiosincrasia de los bosquimanos pertenecientes a los pueblos indígenas más antiguos del sur de África.
Cuando algún joven de la tribu bosquimana, cazaba una pieza para comer y era muy grande, los ancianos, en vez de alabarle, le restaban importancia y ante él, minimizaban el tamaño de la presa, utilizando expresiones como: “Pues no es tan grande”, “parece pequeño”.
Esto desalentaba al joven para que quisiera ganarse la admiración de la tribu cazando numerosas piezas de gran tamaño. Los bosquimanos son cazadores recolectores y, sólo de vez en cuando, cazan piezas grandes para comérselas.
Los ancianos saben de sobra que, en su hábitat, si se dedicaran a cazar a los grandes animales, en poco tiempo toda la carne disponible desaparecería, esquilmando los pocos recursos de los que disponen y con los que están acostumbrados a vivir.
La mayor parte de la comunidad bosquimana habita en el desierto del Kalahari, en Botsuana y Namibia. Este ejemplo, quizás un poco extremo, pues los bosquimanos viven en el desierto, se puede aplicar también a nivel global para toda la humanidad.
Aunque no parezca desde la perspectiva occidental de opulencia, con las grandes cadenas de comercio proporcionando todo necesario, cada vez de manera más rápida, el planeta tiene recursos limitados para una población que no para de aumentar.
En sólo seis décadas, se han multiplicado más de dos veces y media las personas que habitan en este planeta, pasando de algo más de tres mil millones, a los más de ocho mil millones. Si continúa esta tendencia se superará la cifra de más de diez mil millones de habitantes.
Intelectuales de reconocido prestigio, están dando la voz de alarma ante la necesidad de llevar una vida más tranquila, más en contacto con la naturaleza y con el resto de personas, sin depender de tantas cosas materiales.

EFE/ Raúl Caro
Antonio Muñoz Molina
Antonio Muñoz Molina, escritor español de reconocido prestigio y exdirector del Instituto Cervantes en Nueva York, ha trasladado este verano su residencia habitual al pequeño pueblo de Ademuz, en Valencia, donde viven menos de mil personas.
Allí cultiva su propio huerto para curarse de una depresión -según ha confesado el mismo-, y desde allí, ha llamado al decrecimiento y a vivir de manera más sencilla como una necesidad ética y ecológica. Ha recibido críticas por considerar que llame a consumir menos desde una desahogada posición económica.
Sin embargo, otras voces han considerado que es precisamente cuando se está por encima de la supervivencia y, especialmente en momentos de crisis, cuando se tiene más lucidez para pensar y cambiar de rumbo.
- Otros ejemplos más extremos han sido los de el también escritor Santiago Lorenzo, que dejó su vida de guionista, director y productor de cine en la ciudad de Madrid para trasladarse a vivir a una aldea de Segovia de poco más de veinte habitantes.
Desde allí, reconvertido en escritor, ha cosechado un tremendo éxito con Los asquerosos, que ha vendido doscientos mil ejemplares.
En este libro escrito en clave humorística, Manuel, su personaje protagonista, se da cuenta de que, cuanto menos tiene, menos necesita.
Oliver Laxe
El director de cine Oliver Laxe ha saltado a la fama internacional con su última película Sirat, al ganar el Premio del Jurado del Festival de cine de Cannes 2025 y ser la película española elegida para competir en los Óscar como mejor película extranjera.
Este director y guionista, nacido en París y que ha residido en ciudades como A Coruña y Barcelona, ha decidido fijar su residencia definitiva en una aldea gallega prácticamente deshabitada, con una densidad demográfica aproximada de cuatro personas por kilómetro cuadrado.
Pero no todo el mundo es capaz de seguir estos ejemplos e irse a vivir a pueblos aislados, o con una población considerablemente pequeña, ni se podría hacer a gran escala. Se han mostrado estos casos, para inducir a una reflexión sobre la cantidad de cosas que una persona necesita, en realidad y las que no.
Quizá sea el momento de reducir, dejar lo superfluo de poseer cosas, para dedicar tiempo a establecer relaciones más profundas con el entorno y con las personas y de paso reducir la presión sobre los recursos del planeta.
La japonesa Marie Kondo, cosechó hace algunos años ya, un tremendo éxito a nivel mundial con su filosofía de reducir y ordenar cosas para poner orden y alegría en la vida.
Según ella promueve, hay que desprenderse de las cosas que no se necesitan para y quedarse sólo con aquellas que proporcionan alegría. Planteando que el verdadero problema no es el espacio del que se dispone, sino la acumulación excesiva de cosas que no se necesitan. Ello redunda en calidad de vida.
Este 20 de noviembre, Día de usar menos cosas, puede ser el momento para reflexionar sobre qué se necesita realmente y qué no, qué aporta alegría y cosas, en realidad, suponen una carga. Algo que redundará, no sólo en la salud de las personas, sino también en la salud del planeta.

EFE/ Ailen Díaz
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