Guadalajara, Jalisco.
El tercer día del Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG) trajo consigo un momento de reflexión y homenaje. Bajo el título “Mayahuel de Plata: su trayectoria”, el panel reunió a cuatro figuras clave del cine mexicano: Bertha Navarro, Dolores Heredia, Ofelia Medina y Arcelia Ramírez.
- Quienes no sólo han sido galardonadas con el Mayahuel por su labor artística, sino que también han formado parte esencial del desarrollo del festival como integrantes de su patronato.
Más que una conversación formal, el encuentro fue una celebración del vínculo profundo que las une. Aunque pertenecen a generaciones distintas, las cuatro actrices compartieron vivencias, anécdotas y una admiración mutua que se dejó ver desde el inicio del diálogo.
Coincidieron en que el cine ha sido para cada una un espacio de comunión, de afectos y de compromiso, y agradecieron al FICG por brindarles la oportunidad de compartir ese momento entre amigas y colegas que se respetan y se acompañan desde hace décadas.
La conversación también giró en torno al cruce entre el arte y las causas sociales. Para Ofelia Medina, no existe una división entre su vocación artística y su lucha social.
Más que asumir etiquetas, explicó que su vida se ha movido entre la protesta y el escenario, entre las manifestaciones y los ensayos, porque nunca sintió que debía escoger entre ser actriz o activista.

Foto: Héctor Navarro
Su impulso, dijo, nace del deseo de expresarse desde lo que cree, desde lo que la conmueve, ya sea en una comunidad indígena de Chiapas o frente a una cámara.
Dolores Heredia, por su parte, habló desde una mirada íntima y comunitaria. Relató que su involucramiento en causas sociales no fue resultado de una decisión concreta, sino de una sensibilidad que la acompaña desde la infancia.
Crecer en una familia numerosa y en un entorno de carencias económicas la enseñó a mirar más allá de lo individual y a valorar la solidaridad. Esa perspectiva, explicó, se ha vuelto la brújula ética que guía tanto su vida personal como su trabajo artístico.
Para ella, la congruencia es un acto político, y cada paso que da —ya sea en un set de filmación o en su vida cotidiana— busca tejer un futuro más justo y amoroso.
Bertha Navarro recordó los años en que comenzó a hacer cine, en una Latinoamérica convulsa. Compartió que su vocación nació en los años setenta, una época de intensa efervescencia política, donde el cine no sólo era una expresión artística, sino también una herramienta para documentar luchas sociales.
Narró que estuvo presente en los movimientos revolucionarios de Nicaragua, Honduras y El Salvador, y que filmar en esos contextos era, más que un oficio, una forma de compromiso con la verdad. Años después, dijo, sigue sintiendo el ímpetu de aquella juventud que la impulsó a registrar lo que otros preferían ignorar.
Arcelia Ramírez subrayó el papel transformador del arte en la sociedad. Explicó que cada vez que una historia se pregunta por lo humano, está haciendo política, aunque no lo parezca. Para ella, el arte tiene el poder de tocarnos, de cuestionarnos, y por lo tanto, de hacernos cambiar.
Recordó que a lo largo de su carrera ha tenido la fortuna de participar en proyectos atravesados por la realidad social del país, como el montaje Teatro Clandestino en los años noventa, surgido en respuesta al levantamiento zapatista y la crisis económica.
Mencionó también su participación en películas como La Civil —sobre la búsqueda de personas desaparecidas— y Perfume de violetas, que aborda los abusos hacia adolescentes, trabajos que no solo la marcaron como actriz, sino que tocaron fibras sensibles en el público, al punto de provocar confesiones catárticas en las funciones.
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