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Pasamos por un periodo de portentos. El presidente de la República pide perdón por un asunto sospechoso de deshonestidad, su casa blanca, y al mismo tiempo publica reformas que completan el Sistema Nacional Anticorrupción, impulsadas desde la sociedad civil. Los nueve presidentes municipales de las demarcaciones del área metropolitana de Guadalajara y el gobernador acuerdan un Plan de Ordenamiento Territorial y lo publican en el diario oficial del estado. El INEGI inmola su prestigio, desde la opacidad cambia, aparentemente a favor del gobierno, la manera de obtener los datos que se usan para medir la pobreza en el país. El equipo de futbol más popular de México, las Chivas, corta el cordón umbilical que lo unía al formato de la televisión abierta e incursiona en la venta de la transmisión de sus juegos por Internet. MVS demanda a la comunicadora Carmen Aristegui por lo que esta última escribió en el prólogo de un libro sobre, qué curioso, la casa blanca del presidente; quien demanda quiere que mientras los jueces dan su fallo, el libro sea retirado de circulación, que la periodista se retracte de lo que en el prólogo afirma respecto al papel de la empresa en el caso de su despido, que se dio, otra curiosidad, luego de que su equipo de noticias le dio vuelo a la casa blanca.

Temporada de portentos que tienen ese carácter por provocar admiración o infundir terror, según la Real Academia, cuyas definiciones abarcan un contexto general, supra continental; si los lingüistas precisaran de país en país los significados de los vocablos, cada uno llenaría varias páginas. En México, los portentos de ocasión son de dos vías: invitan a la admiración y conjuntamente proponen terror; por ejemplo, admira la demanda contra Aristegui, por el cinismo: se necesita desfachatez o ganas de quedar bien con alguien, y asimismo lleva al terror preguntarnos: ¿y si el tan regular poder judicial que tenemos le da entrada a ese golpe contra la libertad de expresión? En semejante dualidad está la disculpa que ofreció Peña Nieto: por un lado dan ganas de exclamar: ¡increíble!, y por otro invita a dudar, anticipo del pánico: qué tramará el presidente para aventurarse en ese extremo ignoto, indigno para los estándares de los políticos de por acá que prefieren una embajada en un país pequeño y remoto antes que reconocer su culpa.   

Pero un portento no lo es sólo por lo evidente, sino por lo demás que puede evocar. Peña Nieto en plan de pedir perdón es inusitado, pero si añadimos que recurre a solicitar indulgencia para su pecado sin haber pecado, el asombro se incrementa: asegura que aquello por lo que ofrece disculpas, el affaire de la casa blanca, no fue ilegal, entonces: ¿por qué pide perdón? Más bien debió haber asentado, nítidamente, una explicación para la bola de mexicanas y mexicanos híper sensibles que no toleramos que un presidente sea, súbitamente, tan rico, o de dónde salió el palacete; un mandatario pide perdón en ciertos casos, como el de William Clinton con Monica Lewinski, cuando se violan acuerdos y prácticas sociales que valen por reglas que son nomás sobreentendidas, comprar una mansión a unos de los constructores favoritos del gobierno es muy diferente, y este es el portento: hay un daño público, por el conflicto de interés, pero no hay imputabilidad legal, porque lo dice el presidente.

En la persecución a Aristegui el portento del portento reside en que el empresario que arriesga su dinero, y el de su familia, en el negocio de la comunicación, y que decide despedir a la conductora que más publicidad atrae, es decir: que más renta produce, por fruslerías legales que pudo haber solucionado con un arreglo interno, tiene un severo problema con la ética, pero la del mercado que lo rige, o será que el mercado que atiende es otro, oculto, lo que no sería portentoso, más bien costumbrista.

De los otros portentos, Chivas TV y el Plan de Ordenamiento Metropolitano; en el primero, el dueño ha hecho negocios en sentido contrario: tiene en sus manos un producto de consumos masivo y, primero, redujo el aforo del estadio, y después lo puso al alcance sólo de quienes tengan acceso a Internet y dinero para pagar tarifas altas, portento de la trasmutación: de las Chivas del pueblo a  artículo delicatesen. Y el POTMet, prodigio que alcaldes, alcaldesa y gobernador, de distintos signos partidistas, acordaran ordenar Guadalajara, y más notable aún que actúen como si su buena avenencia bastara para que los intereses que han deformado a la Perla de Occidente se atengan a la razón de la mejor calidad de vida y a las consideraciones ambientales; aunque… es época de portentos y la ilusión, mientras dure, podría ser uno de ellos.