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Con el riesgo de incurrir en una reflexión que tal vez resulte prematura, dadas las evidencias que la impulsan, propongo lo siguiente: el presente que vivimos, como nunca antes, es una acumulación abigarrada de pasado y de futuro. No es el aquí y el ahora tan de moda, es aquí, por lo de ayer y lo de antier, y ahora, por lo que podemos prever a partir de lo que vivimos en el día a día: cimiento, coyuntura y anuncio de la estructura, chueca o derecha, que contendrá a las generaciones por venir.

Es en la esfera de lo público que las pistas de lo anterior se muestran: un trepador de los que han abundado, llega a ser titular de uno de los tres poderes en Jalisco y, súbitamente, su pasado se le viene encima; primero, llama a un comisario municipal desde la impunidad con la que pudo ser lo que fue hasta hace unos días, e insinúa pedir un favor mayúsculo para un caso minúsculo, y lo graban. Después, este presente recargado de historia y de ansias de futuro se ceba con un crimen de juventud del mismo trepador, pecado que se resistió a desaparecer a pesar de los mecanismos de los que se han valido los poderosos y los influyentes durante un siglo: perdido el expediente, pagada la cuota de corrupción, algunos podían reinventar un pasado distinto al que vivieron. Ambos casos, la grabación que se vuelve del dominio público y la recuperación de las notas periodística con 32 años de antigüedad, fueron quizá consecuencia de la acción comedida de algunos interesados aún en la sombra, de acuerdo, el caso es que no se puede negar que el clima de transparencia y el ejercicio de una dosis sustancial de libertad de prensa potencian los efectos, por una razón, por estas fecha: la opinión pública sí cuenta, y cuenta mucho.

Del otro lado de la frontera, en el culmen de la campaña presidencial del país más poderoso, todavía no saben, la y el candidato, cómo reaccionar ante el pasado tenaz que se asoma al presente para modificarlo y mortificarlos: a cada paso que dan hacia adelante, el eco de sus pisadas previas distorsiona su discurso; los mismos medios de comunicación, los analistas y el director del casi mítico FBI no saben cómo se come eso que acá llamamos “campañas de lodo” y que consiste en reinventar la biografía jurídica y moral del rival, con datos o sin ellos. El viernes anterior, el presente de una elección que parecía decidida tuvo que volver la vista atrás: James Comey, director del FBI, mandó una carta al Congreso para comentar que en los correos-e de un exrepresentante demócrata notoriamente perverso por sus relaciones con menores de edad (por eso dejó su escaño), dieron con algunos mensajes que podrían revivir la investigación que sobre Hillary Clinton y el empleo de un servidor privado para sus correos-e oficiales, ya habían cerrado. De este lado de la frontera fue divertido ver a los críticos y a los periodistas, en CNN, no saber cómo reaccionar; la carta del mandamás del FBI era perfectamente política, no mencionó algún hecho contundente, sólo señalamientos ambiguos fuera de lugar en medio de la elección presidencial; no obstante, todos analizaban el caso a partir de una certeza implícita: el FBI no juega a la política; en cambio acá, por la práctica que tenemos, fue lo primero que pensamos, expresado de este modo: ay sí, cómo que descubrieron unos correos-e a estas alturas de la campaña, visto el asunto en clave mexicana: FBI como quien dice PGR; un día después la candidata Clinton reaccionó, también algunos medios de comunicación y opinadores: plantaron la sospecha sobre el órgano de seguridad; en tanto, Trump, muy a la mexicana, clama: que la encierren, que la encierren, mientras el coro de mujeres y de anécdotas sobre el pasado del empresario del cabello teñido piden lo mismo para él.

En la era en que se diluye la frontera entre lo privado y lo público, entre lo que se pretende dejar a oscuras y el faro que todos los días se prende por doquier, es pertinente recordar que el futuro es una aspiración del presente que no puede dar la espalda al pasado que hoy puede gozar de la máxima publicidad para alimentar a esa fuerza imponente: la opinión pública, que es manifestación de dos factores que antes el autoritarismo contuvo con éxito: el periodismo y el pueblo deseoso de saber y de opinar.

Mientras el presente y sus actores y agentes se acostumbran a convivir con ese pasado constante y a la muerte del falso ciclo sexenal que imponían a la historia, para que así renacieran puros, cada vez, veremos algunos excesos, sin duda. Pero el caso es que la ética y la política estrenan arena, y aunque algunos pretenden mantener el estado de cosas, ya no está el campo de lo público para ellos solos: hoy todo es según la memoria rediviva y actuante, y también según las expectativas que entre los más hagamos valer, para el día a día.