San Gabriel, Jalisco.
Cada mayo, cuando el sol se posa con fiereza sobre las calles empedradas de San Gabriel, en el corazón de Jalisco, una bebida parece caer del cielo como alivio divino para los cuerpos acalorados y las almas sedientas: la Faustina. Este elixir de historia y sabor, mezcla de ciruela y mezcal, no solo refresca —cuenta también quiénes somos—, convirtiéndose en parte viva de la identidad del pueblo.
Fue en 1962 cuando la casualidad, como en las mejores historias, decidió intervenir. Don Fausto de la Torre Larios, en una tarde cualquiera, entró a una tienda cualquiera, aunque nada sería igual después. Detrás del local se extendía una huerta generosa, desbordante de limones, naranjas y ciruelas. En ese rincón donde se compartía el tradicional “caballito” de mezcal con refresco, Don Fausto tuvo una corazonada: ¿y si el mezcal se fundía con los sabores frutales del patio? Así nació la Faustina, hija del azar y del ingenio, según narra el cronista municipal, José de Jesús Guzmán Mora.
Los primeros en probar aquella mezcla fueron los presentes, testigos de un momento que parecía sencillo y acabó siendo legendario. Un brindis al aire —“¡Salud por Don Fausto de la Torre!”— bautizó la creación con un nombre que, sin saberlo, se quedaría para siempre: Faustina, en honor al hombre que se atrevió a imaginarla.
Desde entonces, la Faustina comenzó a recorrer el alma del pueblo y de los municipios vecinos, como un secreto bien compartido. Pero no fue hasta 2013 que su legado tomó forma de celebración oficial: el primer Festival de la Faustina. Cada tercer domingo de mayo, la familia de Don Fausto abre sus manos y su corazón, ofreciendo gratuitamente esta bebida a todo aquel que quiera brindar, convirtiendo la fecha en una auténtica fiesta del pueblo.
Pero preparar una Faustina no es cosa de azar ni improvisación. Don Jesús Guzmán lo advierte: tiene su rito. Todo comienza con hielo y mezcal artesanal —el de San Gabriel, por supuesto—, luego una pizca de sal de mar, que despierta los sentidos. A continuación, la ciruela fresca, cosechada en su punto justo, hace su entrada.
La sinfonía de sabores sigue con el jugo recién exprimido de naranja y limón criollo, frutos del mismo terruño. Nada de atajos, nada de jugos embotellados, recalca Don Jesús. Y el toque final, inesperado pero esencial: una mezcla medida de Pepsi y 7UP, burbujeante y chispeante, que da a la Faustina ese sabor tan peculiar como inconfundible.
Hoy, la Faustina no es solo una bebida: es emblema, es memoria líquida, es patrimonio.
Registrada ante el Instituto Mexicano de la Propiedad Intelectual, acompaña con orgullo cada mayo en San Gabriel, donde la música, la alegría y el calor encuentran su contrapunto en cada vaso servido. ¿Y cómo cerrar la celebración? Con otro clásico local: el “Bote”, ese festín caldoso y típico que, según recomienda Don Jesús, es la cura perfecta para la “cruda” del día siguiente. Así se honra la tradición, el sabor, y el genio de un hombre que supo brindarle a su pueblo una bebida y una historia para recordar.
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