White Sands, Estados Unidos.
Wesley Burris estaba profundamente dormido en su cama cuando la primera bomba atómica del mundo explotó a unos 40 kilómetros de su casa.
Una luz cegadora inundó su hogar en el desierto de Nuevo México, antes de que la devastadora potencia de la explosión destruyera sus ventanas, esparciendo vidrios sobre él y su hermano menor.
"Era tan brillante que no podía ver", hace memoria. "Me acuerdo de preguntar '¿Qué pasó papá? ¿El sol explotó?'".
Lo que ocurrió el 16 de julio de 1945 a las 5H30 de la mañana es conocido ahora por millones de personas gracias a la recreación dramática de la nominada al Óscar "Oppenheimer".
Pero son hechos fundamentales en la memoria de Burris, ahora de 83 años, quien aún vive a pocos kilómetros de la localización secreta donde científicos y militares se reunieron aquella mañana histórica.
Aunque la película muestra el sitio de la prueba Trinity como un desierto vasto e inhabitado, Burris y su familia contaban entre los miles que vivían en un radio de 80 kilómetros.
- Y, al igual que sus vecinos, la familia no sabía qué ocurría, mucho menos por qué una nube en forma de hongo gigante se expandía en su horizonte.
"No estábamos asustados porque no nos mató de inmediato", dijo a la AFP. "No teníamos idea qué era".
- Ocho décadas después, Burris sabe muy bien de qué se trató la explosión que envió material radioactivo a una altura de hasta 15.000 metros.
La prueba tuvo lugar entre tormentas eléctricas, a pesar de las advertencias de los científicos, en la carrera por tener lista la bomba para una cumbre clave de la Segunda Guerra Mundial con los soviéticos.
Lluvias torrenciales trajeron de vuelta residuos tóxicos al desierto, donde irradiaron además las reservas de agua y la cadena alimentaria.
El hermano de Burris falleció de cáncer, enfermedad que también sufrieron su hermana y su hija.
- Él padece cáncer de piel, que trata con medicina tradicional indígena.
A pesar de todo esto, ningún residente de Nuevo México afectado por la radiación de la prueba Trinity recibió una compensación económica.
"Éramos los conejillos de indias", dijo Tina Cordova, quien sobrevivió al cáncer y coordina el Consorcio de Descendientes de la Cuenca de Tularosa, en busca de justicia. "Pero vuelven y revisan a los conejillos de indias. Nadie regresó nunca a controlarnos a nosotros".