Entre el pescado y la pena de muerte, entre la abstinencia y la carne
Fotografía Ilustrativa, tomada de Catholic Diocese of Dallas




Por Andrea Prado

¿Qué debemos ayunar?, una pregunta que por siglos rondó la mente de aquellos que decretaron los alimentos prohibidos y/o  permitidos para este periodo cuaresmal. Hay que mencionar que con el paso del tiempo el ayuno ha cambiado y que, aun así, tratándose de una misma época, no se ha llevado a cabo de manera uniforme por los habitantes de un mismo lugar.

En ese mismo sentido, tal como lo señala del doctor en Historia Juan Pío Martínez, la discusión en torno a la naturaleza del ayuno no fue un asunto menor, y cada cambio en esta naturaleza respondió al contexto del momento.

«La divergencia respecto a la naturaleza del ayuno tampoco fue un asunto menor. Por ejemplo el historiador Sócrates -no el filósofo griego, este Sócrates nació en Constantinopla el 380, por eso también se le conocía como Sócrates de Constantinopla o Sócrates el escolástico- describe la práctica del siglo V, cómo se ha llevado el ayuno en este tiempo: algunos se abstienen de cualquier tipo de criatura viviente, mientras que otros de entre todos los seres vivos solamente comen pescado, otros comen aves y pescados; pues según la narración mosaica de la creación, esto es la Ley de Moisés, aquellas también si las aves salieron del agua; otros se abstienen de comer fruta cubierta de cascara dura y huevos, algunos sólo comen pan seco, otros ni eso; algunos después de ayunar hasta la hora nona, esto es hacia las tres de la tarde, toman alimentos variados».

¿Pero qué sucede con el pescado?, ¿a éste se le ha relacionado siempre  con el ayuno, tal como lo mencionó el historiador Sócrates?  Sin duda alguna, aunque Sócrates llega a ser una fuente primara, al haber sido muy probablemente testigo presencial de dichas prácticas, podemos encontrar a autores contemporáneos que tratarán de describir las prácticas del ayuno, y junto con ellas, la relación establecida entre el consumo de la carne y la sexualidad.

«Un historiador italiano llamado Massimo Montanari, que tiene algunas referencias que me parecen muy interesantes en relación con este asunto del consumo de pescado. Los motivos de la abstinencia, dice Montanari, son bastantes complejos y no están del todo claros, junto a razones de orden estrictamente penitenciaria, la renuncia a  un significativo placer diario, tuvo que haber otras cosas relacionadas tanto con las persistencia de cierta imagen pagana del consumo de carne, el sacrificio de animales y su consumo ritual, como con la convicción científicamente corroborada por los textos de medicina, de que el consumo de carne favorecía a la sexualidad, gran enemiga del perfecto cristiano. Desde los primeros siglos del cristianismo la carnes es un leitmotiv central en los textos morales y la normativa penitencial; de ahí la necesidad de alimentos alternativos y el enorme éxito alimentario económico y cultural de… como las legumbres, el queso, los huevos y el pescado».

Sin embargo, la producción de este último como sustituto por excelencia de la carne, hasta convertirse en un símbolo rudimentario de los periodos de abstinencia, no fue sencilla ni tuvo una aceptación general, pues es en los primeros siglos cristianos cuando el pescado no tiene una aceptación general.

«En los primeros siglos cristianos, aparece más bien una fuerte tendencia a excluir también el pescado de la dieta cuaresmal, luego se va imponiendo una actitud de tácita intolerancia que ni lo prohíbe y ni lo recomienda y sólo a partir de los siglos IX y X se despejan las dudas sobre la licitud del consumo de pescado durante los  días de abstinencia o de cuaresma, que ya se ha convertido en una costumbre en buena parte de la Europa cristiana, sólo se excluyen de la dieta cuaresmal los peces llamados grasos, es decir los animales marinos de gran tamaño como las ballenas o delfines, cuya carne se parece demasiado a la de los animales terrestres sobre todo por la abundancia de sangre. Aparte de esas excepciones el pescado y todo lo que se saca del agua es a partir de entonces de una forma cada vez más clara e inequívoca el rasgo cultural del alimento de vigilia y se convierte en el símbolo de la dieta monástica y cuaresmal del que se excluyen el queso y los derivados lácteos». 

Por otro lado, es importante mencionar que los castigos existían para todo aquel que no cumpliera con dichos preceptos, pues de acuerdo con el doctor en Historia, existen testimonios que  hablan sobre cómo los príncipes polacos, por ejemplo, intervenían contra los transgresores de las leyes eclesiásticas sobre la abstinencia de carne usando métodos persuasivos como el arrancarle los dientes, aunque en el fondo la pena era menor a la que había previsto Carlo Magno para el mismo delito, que era nada menos que la muerte.

Además de esa diversidad, no faltó quién se inclinara por los excesos de rigor. Había quienes no consumían nada. Epifanio, Paladio, y el autor de Santa Melania la joven, parecen ser testigos de un orden de cosas en el que el cristiano ordinario debía pasar 24 horas sin alimento alguno  sobre todo durante la semana santa, y los más austeros subsistían a lo largo de la cuaresma con una o dos comidas semanales exclusivamente. La regla ordinaria del ayuno, sin embargo, consistía en tomar una comida al día, por la tarde, con la total prohibición de comer carne y de tomar vino, eso en los primeros siglos.