Guadalajara, Jalisco.
Los pasillos están más amplios, los stands solitarios y las calles donde te tropezabas otros años ya son avenidas por donde disfrutar, sí o sí, libros.
En un recorrido mañanero el primer domingo de FIL, la expectativa de expositores con venta de libros parcos es sombría.
En la Editorial Santillana, uno de los encargados del stand fue claro: “A mí cómo luce no me importa, aquí la calidad está en los autores”, y corrió al pasillo a capturar la atención de quien sería posiblemente la primera clienta del día.
¡Hey niña! ¿Cuántos años tienes?
Ella respondió que 11, y le ofreció la novela Polvo de Estrellas, de Norma Muñoz Ledo.
Literalmente siguió enganchado a la primera clienta y así fue capturando la atención de jóvenes que pasaban por su pasillo.
Frente a Santillana, la editorial Océano, por primera vez, no contrató edecanes como “gancho” para atraer la atención.
Ese fue un punto criticado durante años, pues, a falta de buenos libros, pretendía jalar visitas utilizando edecanes como objetos.
En cambio, la inventiva en el stand de la Universidad de Colima toca matices de arte.
Una caja de madera atrapa la atención de los visitantes con libros escondidos, y de ahí, sus publicaciones aparecen sostenidas en ojos pintados por alumnos de artes plásticas de la Universidad de Colima.
El tránsito hacia el Área Internacional es tan fluido como pocos años.
Lo que captura la atención es el stand de Cuba, por la música a buen volumen, en contraste con la ausencia de visitantes.
El encargado de promover productos de la isla caribeña, bajo el nombre de Desarrollo Artístico, admitió que no hay gente en la FIL, que los 12 mil 500 visitantes del 27 de noviembre, al menos al área internacional, no llegaron.