Cinco años después, los chalecos amarillos entre la resignación y la amargura en Francia
El movimiento de los chalecos amarillos, que ya en 2018 impuso exigencias sobre las pensiones y el poder adquisitivo, no está extinto, sino dimitido y retirándose a otras esferas de actividad, afirman dos investigadores. (Foto de Lucas BAROULET / AFP)




París, Francia.

Cinco años después de la revuelta de los "chalecos amarillos", cuando cientos de miles de personas protestaron contra la política del presidente Emmanuel Macron, la ira sigue latente en Francia, junto a una cierta resignación por la práctica desaparición de este movimiento popular.

Todo comenzó en las redes sociales, con un llamado a protestar contra el alza prevista de un impuesto al combustible.

El 17 de noviembre de 2018, la primera movilización reúne a casi 300.000 personas en pequeñas ciudades y zonas rurales, al margen de partidos y sindicatos.

Bloqueo de carreteras y rotondas, manifestaciones cada sábado... Rápidamente, las reivindicaciones se amplían a los salarios, el poder adquisitivo, las facturas de energía y otros reclamos sociales y fiscales, en un contexto de cuestionamiento de la clase política.

Es el inicio de un amplio movimiento que durará más de un año y conocerá un estallido de violencia, con destrozos incluso en el turístico Arco del Triunfo de París en diciembre de 2018, y una brutal represión policial, simbolizada en los manifestantes que perdieron un ojo.

Su fuerza fue "dar esperanza a la gente que ya no creía en nada, en un momento de gran fiasco a nivel sindical", recuerda con nostalgia una ex "chaleco amarillo" de 57 años, Hélène Elouard, que entonces ganaba 600 euros (650 dólares) al mes por acompañar a alumnos con discapacidad.

El hombre que cristaliza el resentimiento es Emmanuel Macron. Diplomado de la ENA, la prestigiosa escuela de la tecnocracia francesa, y con un pasado en el muy derechista mundo de la banca de inversión, sus detractores lo consideran el "presidente de los ricos".

Muchos de ellos son artesanos, trabajadores asalariados, hombres y mujeres de todas las generaciones, a menudo precarios, y oriundos de la Francia "periférica", al margen de las élites urbanas. El variado movimiento también cuenta con figuras polémicas y complotistas.

"Hubo un antes y después" de este movimiento, que detuvo el impulso del joven presidente centrista, según Bruno Cautrès, investigador del centro de estudios políticos de Sciences Po, Cevipof. Macron ya "nunca tuvo la sensación de que lograría todo, de que nada se le resistiría", abunda.

Para Cautrès, a "este punto de ruptura" siguieron "una cadena de crisis sin fin", desde la pandemia de covid-19 hasta el actual conflicto entre Israel y el movimiento islamista Hamás, pasando por la guerra en Ucrania y las protestas este año contra una impopular reforma de las pensiones, finalmente impuesta por decreto.

Tras ignorar inicialmente las reivindicaciones, el presidente abandona finalmente el alza del impuesto al combustible y acepta 10.000 millones de euros (10.850 millones de dólares) en reducciones de impuestos y en aumento de ingresos (salario mínimo, horas extra).

  • Macron también recorre Francia para escuchar las frustraciones de los electores durante debates públicos, que no se tradujeron en casi nada.

"Amenaza latente" 

Las protestas sabatinas pierden fuerza en la primavera boreal de 2019. Para Stéphane Sirot, historiador de movimientos sociales, su desaparición progresiva obedece a que no lograron "hallar o construir una prolongación institucional de su movilización".

Las listas "chalecos amarillos" solo lograron, por ejemplo, un 1% de votos en las elecciones europeas de 2019. Y Emmanuel Macron fue reelegido en 2022 frente a la líder ultraderechista Marine Le Pen, a quien ya había derrotado en 2017.

Cinco años después, antiguos "chalecos amarillos" confiesan su amargura y el sentimiento de resignación que domina, pese a que las razones que alimentaron su ira inicial siguen presentes, entre desigualdad y una inflación récord.

"Participé en todo: bloqueos, reparto de panfletos, manifestaciones. Esperé un futuro mejor para mis hijos, una jubilación revalorizada para mi madre. Sacrifiqué mucho tiempo y dinero", recuerda Stéphane Gonzalez, un antiguo empresario autónomo del suroeste de Francia.

Para él, "la situación es hoy más catastrófica que en 2018, salvo que nadie hace nada. La gente está cansada, resignada, desilusionada".

Justo después de la fuerte protesta contra la reforma de las pensiones, Francia vivió una semana de disturbios entre junio y julio por la muerte de un joven a manos de la policía en un suburbio de París.

"Este movimiento no ha desaparecido por completo", apunta Jérôme Fourquet, del instituto de sondeos Ifop, para quien "se mantiene como una amenaza latente en la mente de los dirigentes políticos".