42 años protegiendo el patrimonio del Pueblo de Moya




Por Luz Atilano

El señor Rafael Gómez Aspeitia tiene 83 años de edad y prácticamente la mitad de ellos (42) los ha dedicado, voluntariamente, a lo que él mismo llama la protección del patrimonio de su pueblo, la cual cumple estando al frente, como encargado y a su cuidado, del Panteón del Pueblo de Moya, lugar del que por supuesto es originario.

«Este es un patrimonio aquí del Pueblo de Moya, no está municipalizado y nosotros no tenemos sueldo. Nosotros es una labor social la que hacemos, todo ha sido por voluntad de las personas. Aquí del municipio no tenemos ni un grano de nada, así que aquí todo lo que hay es por cooperación del mismo pueblo. No es para mantenernos… todo es por voluntad de las gentes, la pintura nos la regalan las gentes, es quien nos ayuda y es la forma en que las tumbas pueden estar como están, todas blancas, las gavetas… y a nadie se le cobra nada, salvo que ellos cuando venga el día de mañana o pasado mañana nos dé una cooperación por eso».

Pese a que no recibe un sueldo por su trabajo, don Rafa atiende gustoso cada rincón del panteón: trabajando con el apoyo, también voluntario, de otras dos personas y con lo que les permiten los donativos de los habitantes del pueblo, siempre manteniendo presentable el lugar. Aunque no con la misma fuerza que antes, comenta, continúa limpiando y pintando tumbas, dando un poco de vida a aquellos espacios que son marcados por la muerte.

«Todavía cuando podía, yo las hacía (las tumbas)… todas esas que están yo las hice. Porque antes no había, cuando yo llegué aquí. Yo llegué aquí en el 75, entonces pues no había gavetas, había como unas cinco nada más y todas las demás yo las fui construyendo. Ya después empecé por los lados, todas las que ve yo las hice… en la obra y así estamos».

Don Rafa se dedica enteramente a su panteón. Pensionado de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, donde laboró en el sector de Caminos por 34 años recorriendo la región y parte del estado de Jalisco, atiende el lugar desde las 9 de la mañana hasta la 1:30 de la tarde, cuando se va a casa para estar con su esposa, pero disponible en cualquier momento por si es requerido su servicio.

Teniendo siempre en claro sus ideales y pugnando para que el lugar no se municipalice, como intentan convencerlo cada tres años con el cambio de administración, don Rafael Gómez dice que el Pueblo de Moya debe mantener su autonomía. Y su labor, comparte, es enteramente por amor a su pueblo, por resguardar su patrimonio y por defender lo que es del mismo. No hay alguien que como él se comprometa tanto con el cuidado del panteón y es por eso que continúa en pie día a día:

«Por el mantenimiento a lo que es, vamos a decir, el patrimonio del pueblo, porque no hay quien venga a suplirme por dos razones: porque le tienen miedo a los muertos y otra cosa porque no hay sueldo. Si hubiera sueldo semanal, yo le aseguro que no había durado ni un año, otros venían y dirían que también tienen derecho, pero como no hay sueldo, no les interesa. Y yo como soy nativo de aquí del pueblo, a mí sí me interesa resguardar el patrimonio del pueblo. Celosamente, a mí me interesa defender lo que es del pueblo».

Se trata de un lugar tranquilo y nada de que asusten, dice, pues eso… es del espíritu de cada uno:

«Yo creo que depende del espíritu de cada persona, hay personas débiles de espíritu y a veces, ocasionalmente hasta con su misma sombra se asustan, que “ahí va el muerto” y no es nada… se horrorizan y andan por ahí con el pendiente, con el temor de que es alguien… No… mire yo ando desde hace tiempo aquí, hay veces que sacamos muertos de una gaveta y los metemos a otra reciente. restos no hay afuera, todos están en su lugar, todos son familiares».

En el Panteón de Moya el día de muertos también se celebra. Como en los demás, se acostumbran las visitas y el adorno de tumbas con flores. Una tradición muy bonita aunque dice don Rafa, ser muerto no significa nada… pues cuando mueres sólo se queda el recuerdo, la memoria y es en vida cuando hay que aprovecharse y disfrutarse a uno mismo.