Ciudad de México, México.
Máscaras de cerdo, una lupa gigante hecha con un tambor de costura, excremento de plástico y cientos de disfraces forman parte del acervo de Julia Klug, una activista que ingenia y confecciona sus atuendos para manifestaciones variopintas desde hace más de dos décadas, motivada por su desgarradora historia.
A sus 65 años, esta mujer de firmes músculos y pelo cano corto, que ejecuta auténticas acciones artísticas por motu proprio en las protestas que considera "justas", se declara "una ciudadana comprometida con la justicia y las luchas sociales (...) que hace muchas cosas porque se haga conciencia".
Fotografía: Rodrigo Arangua - AFP
Con sus provocativos atuendos, como uno al que llama "el de la monja puta", con el que denuncia a sacerdotes pederastas, Julia convierte cualquier manifestación, por más desangelada que sea, en punto de atracción para medios de comunicación.
Hace poco hizo una lupa gigante y se vistió como detective privado en alusión a las acusaciones de espionaje gubernamental de periodistas.
Fotografía: Rodrigo Arangua - AFP
"Hago todo tipo de imágenes con mi persona para llamar la atención de la gente", dice en "el museo" de su casa, como llama al salón donde tiene todo lo que ha usado en 22 años de activismo, incluyendo decenas de kilos de mantas con una infinita gama de leyendas.
En ese amplio salón, Julia guarda colgado el disfraz de tigre que confeccionó para participar en una marcha contra el otrora hegemónico Partido Revolucionario Institucional (PRI) en las últimas campañas presidenciales, en 2018.
La indumentaria se le ocurrió cuando escuchó decir al entonces candidato y hoy presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, que si había fraude en los comicios alguien tendría "que agarrar al tigre".
- Detonantes -
A Julia, nacida en Guatemala en 1953, la acompaña la tragedia desde que nació.
La activista, nacionalizada mexicana hace décadas, narra que su madre murió en su parto y su padre decidió regalarla a una familia que la violentó durante su infancia al grado de golpearla cuando reveló que el sacerdote del barrio la había violado.
Por eso la primera manifestación a la que acudió fue una de 1997 contra el ahora fallecido padre mexicano Marcial Maciel, fundador de la congregación católica ultraconservadora Legionarios de Cristo, denunciado por varios exmiembros de esa agrupación religiosa de violación sexual.
Fotografía: Rodrigo Arangua - AFP
Julia, que trata con mucha dulzura a cualquiera, dice que las manifestaciones más importantes para ella son las que denuncian al clero católico. Muestra orgullosa varios disfraces de papa que con todo y báculo ha usado en varias ocasiones hasta en el interior de la catedral de Ciudad de México.
Con el llanto atorado en la garganta, dice que sospecha que por sus férreos reclamos públicos a los sacerdotes católicos pederastas, el gobierno orquestó la muerte de su hijo, un joven piloto aviador de la Fuerza Aérea Mexicana que murió el 6 de octubre de 2010 al desplomarse la aeronave que piloteaba sobre el mar del puerto de Acapulco.
Antes y después de eso, Julia sostiene que ha recibido amenazas de muerte. Incluso dice que en 2007 el chófer del entonces cardenal mexicano Norberto Rivera la atropelló y le fracturó la columna.
Fotografía: Alfredo Estrella - AFP
Pero lejos de abandonar su activismo, Julia usa ahora la pensión que recibe del Ejército por la muerte de su hijo para seguir comprando materiales para sus creativos diseños.
Apenas el lunes 5 de agosto dedicó su último representación a la "discriminación racial que ha promovido (el presidente estadounidense, Donald) Trump en Estados Unidos". Consideró que este mensaje discriminatorio está detrás del tiroteo ocurrido en un supermercado de Texas el 3 de agosto que dejó 22 muertos, incluidos ocho mexicanos.
Para esa ocasión, Julia se vistió con la bandera de Estados Unidos y un gorro como el usado por el grupo supremacista blanco Ku Klux Klan que ella elaboró, y frente a la embajada estadounidense apuntó inmóvil con un rifle durante un rato a una mujer recostada en el piso que lucía un traje típico mexicano, rodeada de ropa de hombre y mujer salpicada con sangre ficticia.
Fotografía: Rodrigo Arangua - AFP
A Julia, que a veces confecciona sus disfraces en una noche, no se le ve asomo de cansancio.
"Mientras las mierdas de los políticos corruptos y los pederastas siga existiendo, yo seguiré marchando" sostiene con una cálida sonrisa.
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