Ocotlán, Jalisco
En medio de una pandemia que sigue causando miles de muertos a nivel mundial, con toda la incertidumbre que genera una crisis sanitaria, en el campo económico nos encontramos ante datos, hechos y pronósticos que nos confrontan con el panorama más pesimista de la historia reciente. Con la pérdida masiva de empleos, el cierre de empresas y la disminución de las fuentes de ingreso que apuntan directamente a una profundización de la pobreza, estamos ante el escenario global más complicado para el corto y el mediano plazo, sobre todo desde América Latina, el subcontinente más desigual del mundo, el menos planificado y el que ostenta números escandalosos de pobreza y precariedad.
Como nunca antes, el impacto brutal que la pandemia tiene en la economía sacudió todos los cimientos y mostró la precariedad y la desigualdad sobre la que se asentaban las economías latinoamericanas. Pero más allá de los datos de la pobreza, del rezago educativo o de la exclusión de los sistemas de salud, una mirada de fondo nos confronta con el hecho de que las economías se cimentaban en lo precario, en lo temporal, en la dependencia de algunos rubros momentáneamente exitosos en el mercado -como las materias primas- y que la planificación no pasaba de anclarse en los resultados a corto plazo para la siguiente elección.
Mientras se habla de que probablemente estemos ante una década perdida, lo que implica que recién en 2030 podremos retomar las condiciones económicas que teníamos antes de la pandemia, también debemos pensar en una generación de jóvenes que está creciendo en medio de empleos insuficientes y precarios, con salarios de miseria que les impiden independizarse y con una gran inestabilidad que frena las proyecciones a largo plazo. En México, en los últimos años, la tasa de desempleo de los jóvenes de entre 15 y 29 años fue prácticamente el doble que la tasa de desempleo general. Y ante un mercado laboral formal que no crea suficientes puestos de trabajo, comenzar la vida laboral en la precariedad y la informalidad parecía la regla.
Un planteamiento interesante sería pensar cómo enfrentar una recesión, reconstruir la economía pero pensando en la siguiente generación. Es decir, tomando medidas estructurales que favorezcan el desarrollo de los jóvenes bajo mejores condiciones educativas, de empleo y de proyección. Esto, en el entendido de que la sola reactivación o la recuperación de los indicadores de crecimiento nos devolverían al mismo escenario desigual, precario y marginal que ya teníamos antes de la pandemia, y que no favorecía ni a los jóvenes ni a los emprendedores y que, al contrario, fomentaba la pobreza y la desigualdad.
La mirada de los gobiernos debería centrarse también en el largo plazo: invertir como nunca antes en la educación de los niños y jóvenes, promover políticas que incentiven el primer empleo y favorezcan los emprendimientos, así como tratar de mejorar las condiciones del mercado laboral. Esto ayudaría a reactivar y a revertir la precariedad que hoy condena a toda una generación.
Por Héctor Farina Ojeda
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