El Análisis | El universo de los sentimientos




Ocotlán, Jalisco

“Como las grandes obras, los sentimientos profundos declaran siempre más de lo que dicen conscientemente. Los grandes sentimientos pasean consigo su universo, espléndido o miserable. Iluminan con su pasión un mundo exclusivo en el que vuelven a encontrar su clima. Hay un universo de la envidia, de la ambición, del egoísmo o de la generosidad”, escribió Albert Camus, en el capítulo de “Los muros absurdos”, del libro “El mito de Sísifo”. 

Hay muros invisibles. No sólo existen los materiales, esos que habitan en tantas obras. Los que no se ven causan tremendos efectos, que sí se ven e incluso se pueden mensurar o difundir a través de estadísticas. Las consecuencias afectan a cantidades y, por lo general, son parte de números compuestos entre muchas cifras. Conocer a los muros es difícil, dado que al ocultarse de forma tan suspicaz se transforman constantemente y se encargan de evitar que se los descubra. 

¿Y si los muros no existieran como tales y fueran solamente pensamientos hechos realidad? Sea como sea, es el ser humano el responsable. Entonces,  ¿Podrían esas murallas transformarse en algo observable?

Pensamos lo que sentimos y dichos pensamientos acaban siendo realidad. La concepción sobre el otro tiene su raíz en la forma dada acerca de cómo lo pienso.  Cómo lo veo, qué significa para mí, qué juicios de valor realizo sobre su persona,  todo está enlazado con el pensamiento que genero hacia el mismo. 

El pensamiento como generador de ideas tiene un poder inconmensurable. El sentimiento profundo, mencionado por Camus, es tan grande o más que el universo. Pensar en acercarse para valorar al otro puede ser una forma de construir beneficios. Pensar en el bienestar del otro es posible, si quien piensa en sí mismo decide sumar la presencia de los demás. Un pensamiento positivo puede derribar una pared gigantesca.  

Los grandes sentimientos pasean consigo su universo, dijo Albert Camus. El esplendor de una sociedad surge cuando los muros absurdos dejan de existir. No hay que pensar en lo miserable, sí en lo extraordinario que cada ciudadano o ciudadana puede hacer. 

Por Marcelo Pedroza