Ocotlán, Jalisco
Vivimos una crisis económica sin precedentes al mismo tiempo que vivimos una crisis sanitaria derivada de una pandemia como no se había visto en un siglo. Mientras los números de contagios y de muertos siguen creciendo en todo el mundo, América Latina se ha convertido en una región particularmente golpeada en su fragilidad: vulnerable desde sus sistemas de salud precarios, desde la pobreza endémica que afecta a millones de personas, desde las carencias educativas y desde la enorme necesidad social que los distintos gobiernos no han sabido atender. La crisis de salud y la crisis de la economía han empeorado las condiciones de millones de personas que ya sobrevivían ante la adversidad.
La convergencia de crisis tiene un rostro social: el desempleo, la pérdida de ingresos, el incremento de la pobreza, la desigualdad, la precariedad, el malestar, la falta de oportunidades y de respuestas. Todo esto se combina y profundiza entre contagios, fallecidos, contracciones económicas y consecuencias diversas. Y en este contexto, uno de los grandes retos es pensar en cómo reconstruir un escenario muy dañado desde una visión social, lo que implica una revisión minuciosa de la situación y de la forma en la que se ha venido atendiendo y que nos ha traído a este estado de fragilidad y vulnerabilidad.
Hay mucho por hacer. En este sentido, en una reciente entrevista con Jaime Preciado Coronado, investigador experto en estudios latinoamericanos, uno de los aspectos más destacados fue la necesidad de pasar de una educación que fomenta la competencia y que impulsa el hecho de sobresalir pisando al otro, a una educación más colaborativa que fomente la cohesión social en la lugar del individualismo. Preciado dijo que un reto es unir lo que está fragmentando en América Latina, porque de ello dependen nuestra salud, nuestro bienestar y nuestra felicidad. Y para esto, las ciencias sociales son más urgentes que nunca.
Tanto la pandemia como la caída de la economía son fenómenos globales que ponen a prueba nuestra cohesión y nuestra capacidad de organización. Lejos del escenario egoísta que invoca la selección natural como una especie de llamado a que cada quien se salve como pueda, el problema que tenemos exige colaboración y respuestas colectivas. Necesitamos del otro y de los otros, lo que parece una ironía justo en tiempos de polarización extrema.
La pobreza, la crisis de salud, tanto física como mental, el cansancio, el hartazgo, la inseguridad, la violencia, la desigualdad, la injusticia y muchos de los grandes malestares agudizados por la pandemia requieren de una mirada social: desde la psicología, la sociología, la cultura, la educación, la comunicación, la historia y otros saberes. Esta complejidad no puede ser resuelta desde la simpleza de recuperar indicadores o desde la tibieza de medidas esporádicas de apoyo.
Como debimos haberlo hecho desde hace tiempo, hay que reconstruir lo social, desde dentro, y para eso necesitamos poner a la gente en el centro de todos los esfuerzos. Esta vez una simple recuperación económica no será suficiente, necesitamos una recuperación social que vuelva a unir lo que hoy está fragmentado.
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