De que se puede, a hacerle la lucha




Por Luz Atilano

El paso de los años no ha impedido al señor Enrique Luna continuar trabajando. Cumplidos sus 78, se levanta todos los días para emprender una jornada laboral que dice, a veces se torna difícil.

Pasando por distintos empleos, entre ellos la obra, como arriero, la cría de ganado y el campo, combina su amor por este último (que ya sólo ejerce para él y su familia, sembrando maíz en unas “tierritas”, como él las llama, que su madre le dejó), con el oficio de comerciante; y así, con su carrito de paletas heladas, recorre el Jardín de los Constituyentes.

“Me dedicaba a la obra, trabajé en la obra, pero ya estoy… ya después no lo ocupan a uno ya viejo. Y ya me metí a esto, no queda de otra, pues... Le digo yo a la señora ‘de que puedo caminar, pues hago la lucha a vender y los días que no puedo andar, pues ni modo’”, comparte.

Originario, y aún habitante, del poblado indígena de San Miguel de Buenavista, emprende casi a diario el viaje al centro de Lagos para dicha tarea, aprovechando sobre todo los fines de semana, cuando las ventas son mejores. Y es que comenta, como toda persona dedicada al comercio, es consciente de que los ingresos nunca son fijos.

“Se le va haciendo la lucha”, pues el trabajo sigue siendo una necesidad y se requiere ir saliendo. Y, además, esta es una forma de mantenerse activo, dice:

“Yo le sigo vendiendo… igual de a poquito, de a poquito sale. Lo hago por no estar de oquis en la casa… por eso, por eso sigo vendiendo y ya aunque venda o aunque no venda, el día que puedo vender, lo hago, nomás para no estar en la casa de oquis. Y aquí me la paso, hay veces que vendo, hay veces que no vendo mucho y ahí platicando con la gente… no es cosa pesada, nomás es caminar, es lo que hay. Y ya al rato digo, venda o no venda, pues me voy…”

Desde aproximadamente las 10 de la mañana hasta las 3:30 de la tarde, cuando entrega el carrito a su patrón, es el horario en el que labora don Enrique. Tiempo que, comparte con una sonrisa en el rostro, no desaprovecha en lo absoluto para socializar con quienes se detienen por algunos momentos en la plaza, platicando, sobre los tiempos de antes, compartiendo historias sobre sitios que ya no se encuentran y añorando el Lagos que ya no será.