El Análisis | El regocijo del liderazgo




Ocotlán, Jalisco

La humanidad necesita transformar el mundo de la violencia en un mundo de paz. Está en el ser humano la grandiosa misión. Su ser puede modificar aquello que requiere de un cambio significativo. Los violentos que eligen las armas para aterrorizar están invadidos por emociones desagradables. Quienes son agresivos están frustrados. No hay argumentos que sostengan el camino de la violencia, sí muchas razones para solventar la convivencia social pacífica. 

Una persona agresiva acarrea frustraciones existenciales. Por la fuerza no se puede obtener nada de lo que alguna vez se creyó que de esa forma se iba a lograr. El camino de la violencia es atroz y perjudica a todos los involucrados. Las frustraciones internas de un agresor se manifiestan haciendo daño a sus víctimas. Quien agrede exterioriza su frustración canalizando su ira hacia otros, que puede considerar como los causantes de la misma o contra sustitutos que padezcan su accionar agresivo. Es lo que Sigmund Freud llamó proceso de desplazamiento, que consiste en el mecanismo de defensa que genera que la persona desplace su hostilidad hacia otro; así se puede materializar el desahogo del odio que siente en su interior.

El origen emocional del estado de cólera nace de la frustración. Quien se siente frustrado cree en la imposibilidad de encontrar otras alternativas para realizar aquello que necesita o que desea. Psicológicamente puede vivenciar sentimientos de tristeza, decepción y desilusión ante lo pensado imposible, lo que facilita que surja la frustración. Es una respuesta emocional ante lo que se percibe como obstructivo. 

Hay quienes ante las frustraciones tienen una propensión a la agresión. “La frustración siempre conduce a una forma de agresión”, era el principio de la teoría de la Hipótesis Agresión – Frustración, contemplada por un grupo de investigadores de la Universidad de Yale. Años más tarde, en 1941, Neal Miller, uno de ellos, modificó dicho criterio y consideró que “muchas personas han aprendido a responder a sus frustraciones de forma no agresiva”. Con esto afirmaba que existían distintas posibilidades de reacciones ante una frustración, la agresión era contemplada como una más. 

La agresividad es una tendencia a actuar o a responder de forma violenta. Ante las diferentes formas de manifestarse, desde expresiones verbales y gestuales hasta la agresión física, siempre existe la intención de herir al otro.  

La negación de la existencia del otro hace doler. La indiferencia hiere profundamente. Es una forma de agredir, su manifestación es pasiva y puede estar internalizada como que no existe para aquel que ignora. La sociedad de las indiferencias puede estar inmersa en un mundo de violencia que no necesita de armas. 

Discriminar también es agredir. Los muros no necesitan de cemento, requieren de prejuicios sustentados en la ignorancia. Con su presencia se pueden pergeñar las peores consecuencias. Se pueden elaborar leyes migratorias que se olviden de las personas. Se pueden crear organismos burocráticos a contramano del tiempo de quienes sufren.  

La privación de los derechos elementales para vivir dignamente es una forma de ser víctima de la violencia. Hay niños que inocentemente pierden la vida, ¡hay cuánta pena! y cuántos responsables. 

El modelo cultural de la sociedad debe sostenerse de los sentimientos que produzcan acciones nobles y que estimulen la autonomía de quienes se dispongan a vivirlas. Cada persona puede hacer lo suyo, su fuerza interior puede movilizar a otros. Todos pueden construir espacios en donde el respeto tutele la paz entre quienes ahí se encuentran. El compromiso es con uno mismo y surte sus efectos hacia los demás, generando una multiplicación de testimonios. La humanidad necesita vivir en sociedades regocijadas por sentimientos de amor. 

Por Marcelo Pedroza