Indígenas colombianas tejen con chaquiras su realidad transgénero




Bogotá, Colombia.

A los 12 años Roxana Panchi Gutiérrez, una indígena colombiana de la comunidad Embera Carmatarrúa asentada en el noroeste del país, descubrió las dos cosas que le cambiaron la vida: Aprender a hacer artesanías con chaquiras y entender que era una transgénero.

Ella, que a diario luce aretes grandes y brillantes que contrastan con el café oscuro de su piel, nació siendo un niño más de un cabildo conformado por 2.100 aborígenes que posee 460 hectáreas en el municipio de Jardín, que forma parte del departamento de Antioquia.

Sin embargo, a los siete años desafió por primera vez a la naturaleza y a las estrictas leyes indígenas al sentir atracción por un menor de su mismo sexo.

Los sentimientos por ese niño y por otros que le siguieron los ocultó hasta que fue más fuerte el deseo de gritarle al mundo lo que actualmente es.

"Ser indígena es difícil pero ser una indígena transgénero es todavía más complicado porque el rechazo de la comunidad y de la familia es inmediato", dijo a Efe Roxana.

Ese nombre, que eligió como homenaje a uno de los personajes de su telenovela favorita, "Amigas y Rivales", fue lo primero que tuvo claro en su proceso de transformación.

Aunque algunos quisieron "bautizarla" Fabiola, ella consideró que el carácter fuerte de esa mujer de la pantalla chica la identificaba, por lo que exigió que la llamaran Roxana.

Desde entonces es una líder entre las aproximadamente 20 indígenas transgénero Embera Carmatarrúa, muchas de los cuales mantienen oculta su preferencia sexual por miedo a ser repudiadas.

Roxana no las juzga porque ella también fue víctima de insultos cuando le manifestó a su progenitora que le gustaban los hombres.

"Me empecé a maquillar y un día mi mamá me vio y se puso muy brava. Amenazó con llevarme a donde las prostitutas para que supiera lo que era ser un hombre", dijo entristecida.

Para ese momento eran constantes los interrogatorios de familiares y amigos acerca de por qué no tenía novia.

Finalmente, llegó lo que ella define como "el día de la verdad".

Mientras tejía pulseras en chaquiras junto a su mentora en el oficio artesanal, su madre, le confesó que era transgénero y los gritos no se hicieron esperar.

Pero lo que más le dolió no fueron los golpes sino escucharla decir que se arrepentía de haberla dado a luz.

Desorientada y sola pensó en irse a vivir a la calle y en vender su cuerpo para sobrevivir.

Sin embargo, una profesora del pueblo le tendió la mano para incentivarla a estudiar hasta graduarse como bachiller y habló con su mamá para que entendiera y respetara la decisión de su hija.

A partir de ese momento la vida de Roxana dejó la oscuridad de la negación para darle paso al colorido característico de los transgénero orgullosos de su realidad.

Como parte de la tarea que emprendió para redescubrirse, Roxana empezó a trabajar junto a otras seis transgénero con la diseñadora colombiana Laura Laurens.

"Nunca pensé que las pulseras, balacas, aretes, correas y collares que hacemos con chaquiras, y que son un oficio tradicional de los Embera, nos permitiera conocer otro mundo más allá del resguardo indígena", comentó.

De hecho, en la más reciente edición del BCapital, considerado el evento de moda más disruptivo de Colombia, Roxana y sus compañeras adornaron con sus creaciones la ropa que presentó Laurens.

La colección "Trans", inspirada en la selva colombiana y su diversidad, es justamente un llamado a apreciar la belleza de los contrastes.

Y es que eso, un contraste, es hoy Roxana, a sus 23 años, porque ella, que se declara vanidosa y defensora de las mujeres, quiere marcar la diferencia.

Aunque en 2006 los Embera Carmatarrúa reconocieron a las transgénero como parte de la comunidad, la lucha continúa.

El desafío, indicó, "es constante porque queremos que nos tengan en cuenta en los proyectos que llevan a cabo".

Además, confesó, a las "chicas" les preocupa la ley que solo les permite casarse con un Embera.

A todas, señaló, "les aterra que nadie las quiera y quedarse solteronas".

Mientras llega el amor, que ruegan que sea "bonito, como el de las telenovelas", Roxana y las demás indígenas transgénero van por la vida con sus tejidos cargados de colores como símbolo de la alegría de saber que por fin son exactamente lo que quieren ser.