Bagdad, Irák.
El campamento de protesta de la plaza Tahrir, en Bagdad, se convirtió en un "miniestado" con agentes de mantenimiento, "guardias fronterizos" e incluso hospitales, donde cada uno asume su función y trabaja por turnos.
"En dos meses, se logró lo que el estado no ha hecho en 16 años", comenta Haydar Chaker, un obrero de la construcción procedente de la provincia de Babilonia, al sur de Bagdad.
Junto con sus amigos, después de la peregrinación chiíta de Arbain, desarmaron las tiendas de campaña y sus utensilios de cocina rumbo a Bagdad y se instalaron allí. Desde entonces, reparten cada día tres comidas a centenares de manifestantes, gracias a las donaciones que reciben.
Una vez contadas las bolsas de arroz, azúcar, harina y otros condimentos, cada tienda tiene su tarea: platos, postres, té, café o bocadillos.
El asentamiento autogestionado de Tahrir empezó con las protestas masivas para derrocar el sistema político de Irak y a todos sus representantes.
Ahora se ha convertido en un hormiguero que, a pesar de los cortes de electricidad frecuentes en el país, nunca deja de funcionar.
Abu Al Hasan vigila la entrada. Junto con decenas de otros manifestantes, aplica lo que ellos llaman "filtros", barricadas improvisadas donde jóvenes, hombres y mujeres, registran a los manifestantes que acuden.
"Nosotros los iraquíes, desde muy pequeños, vivimos junto a los militares, así que adquirimos reflejos", asegura este treintañero con barba negra que, desde su nacimiento, casi sólo conoció la guerra en su país.
"No se necesita formación para detectar saboteadores y alejarlos, para que no ensucien la reputación de toda la sociedad y para poder fortalecer nuestro estado", afirma con la mirada siempre alerta.
Un "estado" que el viernes por la noche peligró bajo el fuego ininterrumpido, durante horas, de hombres que todavía no han sido identificados por el poder –milicianos según los opositores–, ue atacaron un aparcamiento ocupado por los manifestantes.
- Matanza -
Fotografía: AFP
Tras la matanza, que dejó 24 muertos, surgieron nuevos controles en Tahrir y los manifestantes cerraron el llamado "restaurante turco", un edificio de 18 plantas con vistas a la plaza.
En un país donde las facciones armadas pro-Irán no han dejado de aumentar su influencia y sus arsenales de guerra, los manifestantes forjaron una alianza con la rama armada del movimiento del líder chiíta Moqtada Sadr. Estas Brigadas de la Paz, con sus "cascos azules" ya se han interpuesto para protegerlos.
El viernes por la noche, en Tahrir, el doctor Ahmed al Harithi y sus colegas no pararon de trabajar, iluminados gracias a las conexiones improvisadas con las líneas de alta tensión y a pequeños generadores.
Desde octubre, este ginecólogo-obstetra "abandonó su trabajo", primero para manifestarse y después para curar a los heridos en la emblemática plaza de la Bagdad, la segunda capital árabe más poblada del mundo.
Allí aprendió a coordinarse con los paramédicos y los conductores de tuk tuk. "Rápidamente el sindicato de médicos y farmacéuticos se organizó en Tahrir" y creó una especie de "miniministerio de Sanidad", explica Harithi.
Esta coordinación es la que gestiona el abastecimiento a través de pequeños grupos de "apoyo logístico", que almacenan medicamentos, sueros y otros vendajes donados o comprados a los farmacéuticos simpatizantes de la causa.
Fotografía: AFP
Además, Tahrir nunca estuvo tan limpia, comparada con los días en que los empleados municipales se ocupaban de ella, juran los manifestantes. Huda Amer no ha ido a clase en semanas. Esta profesora pinta hoy en la acera y en las barandillas de Tahrir. "Mi arma es mi pincel", lanza con una sonrisa.
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