Ocotlán, Jalisco
La suba de los precios se ha convertido en una pesadilla constante en un contexto extraordinariamente complejo. Después de la tormenta no vino la calma, sino que junto con la pandemia que todavía no acaba vinieron la guerra y sus consecuencias, entre ellas una inflación desmedida que pone en jaque a cualquier recuperación económica. Es un fenómeno mundial que tiene sus manifestaciones más virulentas en el incremento de los precios de los combustibles y los alimentos. Y el impacto más marcado se da en las economías más frágiles, más desiguales y en donde hay más pobreza. O sea, América Latina, México, nuestra gente.
México registró una inflación de 7.72 por ciento en la primera quincena del mes de abril, la más alta en los últimos 21 años. No sólo venimos de la caída económica más drástica en los últimos 90 años, que se dio en 2020, en el primer año de la pandemia, sino que la recuperación se enfrenta a una cuesta de enero que se extiende indefinidamente, con productos y servicios más encarecidos al mismo tiempo que los ingresos no alcanzan. Pese a los incrementos en los salarios y a la reactivación de las actividades en todos los sectores, la suba de los precios está pesando más y se está devorando el poder adquisitivo de la gente.
Que los precios de productos tan básicos como el jitomate, la tortilla, el pan, el pollo y varios otros alimentos tengan subas importantes significa que hay un impacto fuerte en el consumo de la gente: con ingresos que se vuelven insuficientes para cubrir los costos de los productos, las opciones son disminuir la compra de productos, disminuir la calidad de lo que se adquiere o, en muchos casos, prescindir completamente de ciertos productos. Para enfrentar las subas constantes se deben aumentar los ingresos o disminuir el consumo. Para más de 60 millones de personas en situación de pobreza, el camino más real es el de comprar menos y lo más barato posible.
Ante un escenario difícil, con una pandemia que ya quieren declararla muerta pero que sigue vigente, con una guerra entre Rusia y Ucrania que agita el comercio internacional y que tiene un impacto negativo para las recuperaciones de las economías, en el plano local hace falta fortalecer el dinamismo interno y la generación de empleos de calidad. Para recuperar el poder adquisitivo de la gente, nada mejor que los empleos bien remunerados, con estabilidad y proyección. Hay una gran deuda con la calidad del trabajo, pues desde hace décadas la tendencia ha sido marcada por la precariedad, por la fugacidad de los empleos, por los malos salarios, la informalidad y la escasa estabilidad.
Del lado de las políticas públicas falta mucho incentivo para la inversión, para el emprendimiento y para apoyar iniciativas de pequeñas empresas. Y del lado de la gente, no sólo hay que ajustarse los cinturones sino que hay que ser más finos que nunca con el gasto, cuidar los recursos y aprender, una vez más, a emerger de la crisis. La cuesta de enero se volvió cuesta pandémica y no sabemos hasta cuándo.
Por Héctor Farina
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