Ocotlán, Jalisco
Cuando en las noticias se da cuenta de la popularización del ChatGTP y de la apresurada carrera por el desarrollo de diversas formas de inteligencia artificial diseñadas para el gran público, no puedo dejar de sentir que esto ya lo había sentido. Como en un dejavú tecnológico, siento que tenemos frente a nosotros el gran cambio pero esto ya había pasado antes: lo vimos con el chip y las computadoras, con internet, las redes sociales y la digitalización del mundo. Y desde nuestra América Latina vimos pasar cada cambio y, paradójicamente, nos quedamos rezagados frente al avance de los países más desarrollados.
Uno de los discursos que siempre evocamos cuando aparece una nueva tecnología que rompe paradigmas es que debemos aprovechar la oportunidad para crecer e igualar, para soltar los lazos del atraso y dar el salto hacia el futuro. Se decía que Internet era la gran oportunidad para democratizar el acceso a la información y el conocimiento, para que millones de personas puedan conectarse a la supercarretera de la información y contar, al menos, con una oportunidad similar a la que se tenía en el primer mundo. Pero no fue así: la brecha digital, la brecha educativa y la desigualdad de fondo representaron más desigualdad.
Cada vez que se da un salto tecnológico, la sensación es que los latinoamericanos llegamos tarde. Y no sólo llegamos con rezago sino que lo hacemos desde nuestro escenario de la desigualdad: primero algunos que tienen muchos recursos, luego una primera minoría y al final -con mucha suerte- la gente que tiene menos recursos. América Latina es el subcontinente más desigual del mundo y tiene problemas graves de pobreza y educación. Con una educación que no tiene el alcance ni la calidad suficientes, es como si tuviéramos un ancla que nos limita cada vez que hay que dar el gran salto tecnológico o que hay que aprovechar las novedades de la economía del futuro.
En tiempo de grandes cambios, del auge de la inteligencia artificial y de un potencial enorme de reinvención de la educación, de la economía, los empleos y un sinfín de actividades, la gran pregunta es cómo enfrentaremos la aparición de tecnologías disruptivas y cómo haremos para evitar que la ventana de oportunidad se convierta en más rezago y desigualdad. Estamos ante uno de esos momentos en los que hay que tomar posiciones trascendentes: apostar por el uso de la tecnología para impulsar la educación y la economía, o simplemente esperar, dejarse estar, mirar desde la lejanía para ver resultados ajenos. Esto último ya lo conocemos y, por los resultados en nuestras economías, no parece haber funcionado.
Cuando el periodista Andrés Oppenheimer escribió su libro “Basta de historias” (2010) nos regaló una metáfora de América Latina: presidentes obsesionados con el pasado, buscando los huesos de los libertadores, que miraban hacia atrás en lugar de ver la educación, la ciencia, el futuro. Para que la inteligencia artificial no se convierta en otro dejavú tecnológico, hay que mirarla hacia el futuro. Basta de tanto atraso, de tanto pasado.
Por Héctor Farina
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