Cerrar los ojos para ver
Rampa para discapacitados en Centro histórico




Por Paúl Martínez Facio

Gaby cursa el tercer grado de la educación primaria, nos citamos a las 12:30 pero ella llegó un poco antes, por eso ahora me espera sentada y sonriente. Gaby tiene dificultades para caminar y en distancias largas requiere de usar una silla de ruedas, aunque para movimientos cortos utiliza un par de bastones especiales. He pensado en qué es lo que debiera preguntarle; ¿las dificultades que tiene para trasladarse de un sitio a otro? ¿Qué es lo que no puede hacer? La pista me la dio hace algunos días Virginia, invidente, ella afirma que el error está en focalizarnos en lo que no pueden hacer. Así que le pido que me cuente qué es lo que hace, cómo pasa sus días, Gaby responde lo que seguramente me diría casi cualquier niño de su edad:

«Hago mi tarea, como, juego, hago dibujos. A veces que llevan una pelota jugamos, o jugamos a serpientes y escaleras. Cuando vienen mis primos juego con ellos, o mientras estoy coloreando o si no me duermo. Y luego en la tarde juego con mis primos, o a escribir algo, aventajo un libro o estoy dibujando».

Sobre sus planes, me cuenta, le gustaría ser maestra para enseñar a los niños a dibujar bien. Juanis, su mamá, la acompaña. Es ella quien está al pendiente de su desarrollo y quien la ayuda a trasladarse, a ella le pregunto acerca de la ciudad, ¿cómo es para ellas? ¿Está lista para recibirlas?:

«Pues hay partes que no, bueno para ella, como ella está, sí es difícil a veces, porque uno con la silla es muy difícil, entre la gente se amontona y no puede uno ni caminar a veces. Está bien la ciudad, está bonita y todo, pues sí hay paisajes bien y todo, pero si batalla uno en esa forma, como ella está… de repente tiene uno que mandar traer un taxi, pero igual los caminos están muy feos, a veces sí quieren bajar y a veces no, por lo mismo, yo creo, como está el camino, cuando le tocan sus citas».

Es curioso, mientras me cuenta que tienen que ir hasta Aguascalientes por atención médica, que a veces utilizan el transporte público pero que no siempre está disponible, que los caminos por los que transitan están llenos de piedras; lo hacen como si fuera en cierto modo su responsabilidad, es decir, como si tuvieran que haberse adaptado ya a estas condiciones. En cierta medida así lo han hecho, pero yo tengo que preguntarme, ¿La ciudad se debe adaptar al ciudadano, o el ciudadano a la ciudad? Ninguna de las dos, me respondería Vicky, ella es invidente y tallerista, trabaja en la sensibilización de los ciudadanos con respecto a las distintas discapacidades, recuerdo haberle preguntado en qué consistían sus talleres, ¿para qué hacerlos? Los ciudadanos deben adaptarse a los ciudadanos, la ciudad se adaptará después a todos, me sugiere la respuesta que Vicky me dio ese día:

«Ponte en mis zapatos y vive lo que yo vivo día a día. Yo tengo que levantarme, salir a trabajar, en camión, caminando, como sea, con mi discapacidad, y desde que salgo de mi casa, banquetas mal hechas, rampas mal hechas, la indiferencia de la sociedad, la discriminación que sufrimos nosotros.

La infraestructura de una ciudad, si se piensa con cuidado, se gesta desde sus habitantes, en el modo en el que pensamos cómo y de qué manera podemos mejorarla, no sólo para nosotros, sino para todos los que vivimos aquí. Resulta sorprendente que muchas de las acciones posibles no requieren siquiera de un recurso económico, se tratan de situaciones tan sencillas como estacionarse de manera correcta, Mayra, también tallerista, comparte su experiencia:

«Yo soy persona en silla de ruedas y tengo que manejarme en la ciudad, en cualquier lugar, con esta situación, enfrentándome a los obstáculos de que pues hay escalones, hay rampas mal realizadas, hay vehículos obstruyendo los accesos y pues no tenemos la accesibilidad simplemente a los sanitarios, una parte tan básica para cualquier ser humano».

Y es que una vez que nos ponemos del otro lado, es mucho más sencillo ver lo que se debe hacer, y sobre todo, qué es lo que no se debe seguir repitiendo.