México es el país con más subversiones en América Latina, hay que entenderlas: Laura Castellanos




Guadalajara, Jalisco. 

Laura Castellanos es reportera independiente acreedora al Premio Nacional de Periodismo 2015 por su investigación sobre la ejecución extrajudicial de 16 personas –al menos- en Apatzingán, Michoacán, el día de los reyes magos, a manos de la Policía Federal.

Tras el intento de censura en el medio de comunicación para el que cubrió el suceso, y un ataque cibernético un día antes de publicar el reportaje, la investigación fue publicada en la revista Proceso y el portal Aristegui Noticias en abril del 2015.

La autora de “México Armado”, historia no oficial del siglo XX mexicano, está en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara para presentar “Crónica de un país embozado”, de ediciones Era, obra en la que explica los por qué y cómo de los levantamientos armados ocurridos en los últimos 25 años en el territorio nacional.

¿En el sexenio de López Obrador podrían repetirse estas experiencias? Sin sacralizarlas ni satanizarlas, Laura Castellanos narra lo que reporteó, pie a tierra, sobre estas insurrecciones. Advierte la continuidad en la estrategia de seguridad que inició Calderón y siguió Peña Nieto: el despliegue de las fuerzas armadas, lo que multiplicó el número de víctimas, y las ganancias del ‘narco’ –un término que trata de evitar-.

“Si no entendemos cómo llegamos hasta aquí –dijo Laura-, no vamos a entender hacia dónde vamos”.

¿Por qué el nombre de “Crónica de un país embozado”?

“Este libro es una crónica periodística larga que recapitula las expresiones de subversión que han salido a escena en el país en los últimos 25 años. Es una crónica de un país embozado porque estas expresiones, que son las más visibles que yo recojo en México, que tienen que ver con el zapatismo, con el anarquismo, la guerrilla, las autodefensas, las comunidades en resistencia en contra de megaproyectos, en algún momento, de manera permanente, de manera ocasional, las mujeres y los hombres que han participado en estas expresiones se han embozado, se han cubierto el rostro con distintas prendas. Estas me sirven como hilo conductor para hablar de los detonantes de estas expresiones en el país”.

En el libro habla de tres tipos de violencias: violencia organizada, violencia del Estado y violencia popular. ¿De qué van los tres conceptos?

“Yo me asumo como parte de una vertiente emergente del periodismo que cuestiona conceptos que, de manera acrítica, hemos reproducido en general en el gremio periodístico. Uno de ellos es ‘guerra contra el narcotráfico’.

Recojo la tesis general de Oswaldo Zavala que cuestiona que exista una guerra contra el narcotráfico en este país. Lo que dice él es que más bien lo que hay son mafias regionales peleadas con la mafia de la federación, pero que no hay una guerra, que esa idea nos la han hecho creer para militarizar el país.

En ese sentido, me apropio del término creado por el investigador Sergio Rodríguez Blanco que, en vez de usar ‘guerra contra el narcotráfico’ o ‘crimen organizado’ utiliza ‘violencia organizada’.

Violencia organizada porque representa la parte más oscura de los intereses del paraestatales, de iniciativa privada, del crimen organizado.

En ese sentido, es la violencia organizada y no la guerra contra el narcotráfico y no el crimen organizado el que tiene desgarrado al país. El término ‘crimen organizado’ exime de responsabilidad al Estado y es lo que yo me doy a la tarea de no hacer. Sino de visibilizar la cadena de complicidades que generan este tipo de violencia institucional, de violencia legal.

Y para poder aplicar, para poder desarrollar esta narrativa periodística propositiva y crítica, hago referencia del marco teórico de Carlos Montemayor. Él, de una manera muy contundente, explica que es la violencia institucional la que genera la violencia popular y no al revés.

Define a la violencia popular como la inconformidad social que brota, que surge, precisamente para confrontar la violencia legalizada. ¿Y cuál es la violencia institucional o legalizada? No únicamente se refiere a una agresión física sino a distintas maneras en que se ejerce la violencia. Por ejemplo, Carlos Montemayor explica el que una comunidad no tenga acceso a la educación o a la salud, son formas de violencia.

El que haya una generación de jóvenes que no tengan acceso al empleo, es una forma de violencia. Y de la misma manera yo hablo de la creación de leyes que posibilitan el despojo; es una forma de violencia jurídica, de violencia constitucional. Todos estos tipos de violencia son los que detonan la violencia popular.

Si nosotros no entendemos este marco de cómo se crean estas violencias, en que hay estrategias de contrainsurgencia para sofocar las expresiones de descontento popular, no vamos a entender cómo es que brotan estas manifestaciones de subversión y nos quedamos con una mirada que las ve desde un ángulo de seguridad y que las criminaliza”.

¿Esta violencia popular que existe en México desde hace décadas, como explica en el libro, se puede comparar con la violencia popular de otro país, al menos en América Latina?

“No. México es el país que tiene más expresiones de subversión a nivel latinoamericano.

México es el país que ha tenido más grupos guerrilleros, en el que emerge esta expresión que es única: las autodefensas, las policías comunitarias. Autodefensas muy distintas a las creadas en Colombia. Aquí es una expresión meramente popular pero también han surgido, eso no se puede negar, grupos paramilitares con distintos detonantes. Pero que hay autodefensas en defensa del territorio, eso está documentado.

Y México es un país en donde también han tenido un crecimiento especial, sobre todo de 2011 a 2014, células de anarquismo insurreccionalista que realizaron actos de sabotaje y también hay una expresión que tiene que ver con distintas manifestaciones de resistencias en contra de megaproyectos en defensa del territorio, de los recursos naturales.

Si bien México tiene una mirada centralista, clasista, incluso racista, todas estas expresiones nos hablan de un México inconforme que no necesariamente está visible para la sociedad en general que es urbana, que es la que ve los medios de comunicación, que tiene un determinado nivel de vida. Y, sobre todo, estas expresiones tienen un espacio importante en las zonas rurales, pero también en las ciudades, como son las células anarquistas y como también encontramos que hay resistencias en la defensa del territorio en las ciudades.

En la Ciudad de México, por ejemplo, hay movimientos que oponen en contra de un desarrollo urbano. Sí hay una multiplicidad.

El investigador Víctor Toledo habla de que hay más de 540 conflictos comunitarios en el país. Entonces, es un escenario complejo, convulso. En relación al tamaño del país a lo mejor se pueden ver como expresiones marginales, pero lo que nos están diciendo es que hay una violencia institucional que ellos están confrontando y que tiene que ver con un sistema de seguridad y de justicia en crisis y corrupto y que estas distintas expresiones, movimientos, comunidades, células, están confrontando no a un gobierno o partido político sino a esta violencia estructural”.

¿Por qué documentó todos estos fenómenos, alejados de los medios masivos de comunicación, con la intención de contárselo a los jóvenes?

“Porque el periodismo que a mí me interesa hacer es el que visibiliza las voces invisibles. A mí me interesa, en una historia, visibilizar a las mujeres, a jóvenes, a poblaciones indígenas o a aquellas voces que no están visibles en los medios de comunicación masiva.

El libro recoge expresiones no únicamente de violencia popular o armada, también procesos de radicalización. Y cuando hay procesos de radicalización o de violencia popular, es una cosa estigmatizada, no comprendida en los medios. Por esa misma razón a mí me interesa ir y buscar todas estas voces y llegar a las nuevas generaciones.

Me interesa explicarles por qué este país registra más de 200 mil casos s de muertes violentas en la última década y más de 36 mil casos de desaparición.

Esto no tiene que ver con la idea, la versión oficial que nos han vendido de confrontación a grupos de ‘cárteles invencibles’, sino este desplazamiento, esta militarización, también ha sido en lugares con una tradición de inconformidad social, de oposición, como en el caso de Guerrero y Michoacán. 

Por esa razón a mí me interesa explicarlo a las nuevas generaciones. Es un cúmulo de violaciones de derechos humanos en los últimos 50 años, es muchísima información. Me planté hacer una crónica pensando en la mirada de estos jóvenes para explicarles que no es fortuito que estemos aquí.

Si no entendemos cómo llegamos hasta aquí, no vamos a entender hacia dónde vamos. Y estas nuevas generaciones también tienen una responsabilidad, una responsabilidad para conocer nuestro presente conociendo nuestro pasado y para tomar su rol, el rol que cada generación ha tomado, mal que bien, de distintas maneras, en algún momento del país”.

¿Cómo visualiza a esta generación joven? Por lo menos en la parte urbana, ¿los jóvenes les sacan provecho a las nuevas tecnologías para informarse?

“Por un lado, las redes fragmentan mucho la información. Por el otro lado, hay mucho periodismo que se hace a través de las nuevas tecnologías y eso, lo que provoca, es que se esté alimentando una necesidad de inmediatez, pero igual sin contexto o perspectiva histórica.

Es un gran reto, por lo menos para mí. Este año di un semestre de clases de periodismo en una universidad para escuchar a una generación millennial y decir ‘yo quiero aprender de ustedes, cómo están mirando este mundo, a través de qué’. Yo no tengo ningún interés en prejuiciar o criticar a las nuevas generaciones, al contrario. Es como escuchar cómo yo puedo escribir algo que les interese leer.

El libro México Armado (2007) fue un gran reportaje, bastante complicado, que yo escribí pensando en una generación universitaria en ese momento. Ahora son otros códigos y es otro tiempo. Por eso yo redacto esta crónica de presente hacia el pasado, y sí me metí en un laberinto del que ya no sabía cómo salir porque cada capítulo era escrito del presente hacia el pasado, lo cual es complicado.

Sé que esta generación pese a la inmediatez, pese a que se le tacha de superflua, le gustan los desafíos”.

¿Cómo le explicaría “México Armado” a los millennial?

“Voy a confesar un secreto: Crónica de un país embozado es un ganchito para llevarnos hacia ‘México Armado’, que es un libro más complicado pero que es la historia no oficial de este país a lo largo del siglo XX.

Si terminan de leer la ‘Crónica de un país embozado’ se quedarán con el gusanito porque hay muchas cosas que yo escribo dejando probaditas nada más para despertar el interés. Si tienen el deseo de conocer más, irán a, ‘México Armado’, lo leerán y les quedarán claras muchas cosas. Por ejemplo, por qué sucedió la desaparición de los 43; por qué en el sexenio de Peña Nieto es en el que ha habido más masacres con intervención del Estado y, de esa manera, teniendo más información de en qué país estamos parados, podremos exigir, podremos organizarnos y mirar a los medios de comunicación de manera distinta.

Eso es lo que yo pretendo aportar como periodista. Mi trabajo es recorriendo a suelo raso distintos lugares y espacios para recoger la diversidad de voces que alimentan este abanico de inconformidades sociales y que, en mi lectura personal, si el gobierno entrante de López Obrador no erradica las cadenas de complicidades que desde los distintos niveles de poder han servido para gestionar, o por omisión, o por corrupción, las mafias multidelincuenciales que han desagarrado este país, pues entonces algunas de estas expresiones como las de las autodefensas o las resistencias en contra de megaproyectos se van a multiplicar.

Cuando estaba por salir Calderón, con el apoyo de distintas organizaciones, yo hice un mapa de conflictos sociales. En ese momento logramos registrar 56 casos; ahora, el investigador Víctor Toledo habla de más de 540 casos de injusticia.

Para esta estrategia –que propone López Obrador- de la llamada Guardia Nacional tiene que escuchar a las organizaciones de derechos humanos, tiene que escuchar a las familias de las víctimas. Si no, esta violencia institucional puede generar más violencia”.

¿Qué libro les recomienda a los jóvenes en la edad de la punzada?

“‘Cónica de un país embozado’.

Muchos libros de periodismo están recogiendo la otra vertiente, la narrativa oficial. Esos libros son los que hablan del ‘narco periodismo’.

Hay una diversidad de libros que se pueden encontrar, pero que en la cadena de complicidades te quedas o con la víctima o con el sicario de la última cadenita y no presentas la foto completa.

Si tú como periodista vas y específicamente entrevistas a la víctima final de esa cadena te va a decir ‘fue el mochaorejas’, o ‘fue este’. Entonces tú vas a hacer un perfil o una semblanza del mochaorejas y de la víctima.

Eso sirve para que el gobierno diga ‘ah, ¿ya se dieron cuenta de este sicario el mochaorejas? Vamos a mandar más militares’.

Es muy emergente esta situación en el periodismo y no necesariamente nos aplaude todo el gremio.

Yo puedo recomendar el libro de Oswaldo Zavala, ‘Los cárteles no existen’, que apenas salió en mayo. Es algo muy nuevo y apenas estamos agarrando la onda varios compañeros ya con una postura de negarnos a utilizar determinado lenguaje, negarnos a utilizar ‘guerra contra el narcotráfico’ o la palabra ‘cárteles’ o el narco lenguaje de decir ‘levantones’ o de decir ‘cobro de piso’.

Oswaldo Zavala lo que dice en su libro es que todo esto fue creado. Estos lenguajes y conceptos fueron creados para dar un marco referencial de una guerra que no existe para usar a los medios de comunicación y que nosotros como periodistas nos convirtamos en reproductores del discurso oficial de manera inconsciente.

Si ya estamos tomando consciencia, tenemos que romper ese círculo y responsabilizar al gobierno no de manera despersonalizada, hay nombres. En esta crisis en que está el país los responsables son Enrique Peña Nieto y Calderón, particularmente”.


Cristian Rodriguez