Entre ofrecer sonrisas a los niños y añorar el campo




Por Luz Atilano

Para muchos padres y madres de familia laguenses debe ser común que, mientras esperan al transporte público sobre calle 5 de mayo afuera del conocido como Mercado Grande, sus hijos pidan insistentemente que les compren algún juguete.

Y es que muy cerca de la esquina con calle Constituyentes, se encuentra el negocio que el señor Lucio Martínez Martínez sostiene: un pequeño estanquillo que expone en grandes cantidades toda una serie de juguetes elaborados en México; desde los tradicionales trompos, yoyos, resorteras y memoramas, hasta las figuras de animales, figuras de acción, carritos y muñecas, entre otros.

Originario del rancho Santa Teresa, municipio de Unión de San Antonio, el señor Lucio se dedica a este tipo de comercio desde hace seis años como una continuación al oficio de su padre, quien por más de treinta años sostuvo el negocio en el mismo lugar:

«Aquí yo tengo como seis años nada más, porque mi papá estaba antes aquí y yo trabajaba en el rancho. Como 35 años estuvo él aquí. […] Yo continué con el negocio porque yo no puedo trabajar en otro lado, no me ocupan por la falta de mi mano».

Como comparte, entre los principales motivos por los que decidió continuar con la venta de los juguetes se encuentra el aspecto económico, pues a sus 73 años de edad es difícil que se acomode en otro empleo; y a ello también se suma el hecho de que desde los 22 años sólo cuenta con un brazo.

Estanquillo del Sr Lucio Martínez

Este trabajo le permite sostenerse y le gusta por la tranquilidad que le ofrecen los días afuera del Mercado pese al gran tránsito de la calle. No obstante, comenta, añora volver al campo:

«Pues todo, ya me acostumbré aquí, pero yo… mi gusto sería en el rancho porque allá me la pasé toda mi vida. Allá sembraba, tenía unas vaquitas y allí hacía más quehaceres. Lo que me gustaba desde un principio fueron las vacas, eso fue lo que me gustó […] y pues sí (porque) era más tranquilo allá, el día se pasa como más tranquilo».

Su jornada laboral es de prácticamente doce horas: de ocho y media de la mañana a casi las ocho y media de la noche. Algo que, señala, en un principio le pareció pesado, pero que luego logró superar gracias a la oportunidad que tiene de interactuar con las personas y con los niños que tanto se entusiasman al contemplar los juguetes y tomarlos, dispuestos a llevárselos consigo:

«Que se acerquen a ver, a ver que llevan y sí, pues ya nomás se arriman, agarran un juguete y ya no lo sueltan».