Se va a caer/lo vamos a tumbar




La indignación feminista crece. Los feminicidios son la culminación de las muchas violencias que viven las mujeres todos los días, cada día de su vida. La discriminación por género les acompaña desde que nacen hasta que mueren. Nacer mujer significa tener la posibilidad de ser cosificada, marginada, discriminada, vivir múltiples violencias físicas, emocionales, patrimoniales, económicas, sexuales y en el peor de los casos, la privación de la vida acompañada de tortura y violencia sexual.

La naturalización de la violencia contra las mujeres se legitimó históricamente por un sistema patriarcal que las consideró no ciudadanas (por eso no tenían derecho al voto) y justificó la discriminación con normas y leyes que las excluían de la vida pública. El sistema social, económico, político y jurídico (llámese patriarcado) se encargó de confinar a las mujeres al espacio privado, el de la casa y el hogar y en éste, su trabajo fundamental eran las labores de cuidado y doméstico, pero también (y he aquí lo perverso del sistema patriarcal), les encargó reproducir un sistema de opresión en donde ellas eran las oprimidas (las nanas del patriarcado). Por eso, la irrupción de las mujeres en el espacio público ha estado acompañado sistemáticamente de violencias. De hecho, el acoso y el hostigamiento sexual tienen la función de desalentar la presencia de las mujeres en las calles, en las escuelas en los trabajos. La mayor presencia de las mujeres en todos esos ámbitos, han desatado múltiples violencias contra ellas. Ningún espacio es seguro para las mujeres, ni el del hogar, que es donde se cometen el mayor número de violaciones sexuales y además cometidos por personas cercanas a las víctimas, es decir, sus padres, tíos, primos, vecinos y todo aquel que aprovecha el círculo de confianza para violentar sexualmente a niñas y mujeres.

Al movimiento feminista le ha tocado visibilizar estas violencias machistas, deslegitimarlas y desnaturalizarlas. Se lograron avances importantes en las normas y leyes que ahora sancionan y penalizan esas violencias, sin embargo, la sanción social y cultural es la que ha sido más difícil de desarraigar porque está sustentada en un sistema (patriarcal)  que promueve, permite y genera la violencia contra las mujeres.

El grito feminista de “Se va a Caer” se ha transformado en un grito más potente acompañado de mucha indignación y rabia “lo vamos a tumbar”. Es decir, este sistema patriarcal, machista y misógino no caerá por si mismo, se alimenta y se fortalece con todas sus instituciones, el derecho es uno de sus pilares básicos, la justicia patriarcal que libera a violadores sexuales y que exonera a feminicidas cumple un papel fundamental en afianzar el manto protector de la impunidad de los pactos patriarcales.

El Estado no tiene respuesta para detener y erradicar las violencias machistas. Y no la tiene porque el Estado mismo se encuentra sustentado en un sistema patriarcal que permite que las voces privilegiadas de los hombres sean las únicas que se escuchan. El llamado feminista ante la crisis feminicida que sacude al país es a los hombres que asuman los privilegios en que han vivido y las violencias que han ejercido (comenzando por el propio presidente). El llamado feminista también es un grito de dolor y de rabia por los siglos de exclusión y de discriminación y por la violencia feminicida ejercida en los cuerpos de niñas y mujeres, pero también es un grito esperanzador que vaticina: ¡lo vamos a tumbar!.