
La Habana, Cuba.
Cuando Suly, cubana de 28 años con discapacidad intelectual, teje un vestido de Barbie, siente que está dando vida alguno de sus personajes de anime o Disney favoritos. Pero, sobre todo, que está más cerca de cumplir sus sueños: ayudar a su madre y vender sus colecciones en el extranjero.
Es difícil pasar de largo por el puesto que la joven monta todos los fines de semana en el turístico Paseo del Prado de La Habana. Como también lo es ignorar a las pequeñas que se acercan a toda prisa a la mesa para ver el percherito con los atuendos, hechos con un crochet al detalle.

En el ropero miniatura hay una variedad propia de una tienda de tamaño real. Y lo hay de todos los gustos y sabores: Blancanieves, Cenicienta, Rapunzel, Mulán,… El trabajo en cada uno puede extenderse hasta tres días.
“¡Y mira!”, exclama Suly en entrevista al mostrar su más reciente proyecto: un vestido de la malvada -pero muy bien vestida- del clásico 101 Dálmatas, Cruella De Vil.
La vida la convirtió en la tejedora más solicitada por niños y padres
En esta céntrica calle peatonal de la capital cubana casi de rebote, relata su madre, Mary, de 55.
La afición por los textiles le vino de su abuela paterna, pero ver en ese gusto una afición fue una cosa que se coció a fuego lento.

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