Sra. Micaela Cabrera Pérez

Por Luz Atilano

Sobre calle Constituyentes, por un costado del Mercado Francisco González León o Mercado Grande, coloca a diario su modesto puestecito la señora Micaela Cabrera Pérez, quien todos los días, desde la mañana hasta poco cerca de las cuatro de la tarde, vende taquitos dorados cocinados y preparados por ella misma.

A punto de cumplir 68 años de edad, comparte que este oficio lo ha desempeñado desde hace cuatro décadas como una forma de salir adelante y de sostener a su familia:

“Y de ahí empezamos aquí, pedí un permiso para vender tacos y ya… Yo los hago y todo, ya voy para cuarenta años. Y pues ahí anduvimos, pues la vida es la que lo enseña a uno, la necesidad también porque pues yo tenía mis muchachos chiquitos y la escuela y todo… y mi esposo, Dios lo tenga en paz, era muy borrachito… y pues yo le buscaba. Luego ya dejó de tomar él y ya me ayudaba a arreglar las cosas no a hacerlos porque yo los he hecho todo el tiempo… Dice una señora ‘¿son de ayer?’ y no, yo le digo, son de diario, son del día, todos son del día y pues es una vida que lleva uno, pues tiene que buscarle, uno de jodido tiene que buscarle trabajando, no en otra cosa”.

No hay como trabajar para uno mismo, dice la señora Micaela, pues comenta que además de la necesidad, eligió establecer su propio negocio luego de laborar para un patrón, también como comerciante, y de ver que éste se llevaba una gran parte de las ganancias sin ofrecerle a ella esa seguridad económica que aunque no del todo estable, logró por su cuenta.

Y con su esfuerzo, pues cada día implica una larga jornada de trabajo:

“Me levanto a las cuatro de la mañana, diario. Arreglo todo y ya después me pongo a picar el repollo y el jitomate, lo lavo, lo muelo y ya empiezo a hacer los tacos a las siete de la mañana y ya empiezo (la venta) y es todo… desde las diez y media de la mañana porque pues vivo en Indeco y los camiones están muy tardados… hay veces que me bajo a  pie hasta la carretera para el otro camión, el de Casa Grande y no… pues ya es todo”.

En su mesa que funciona como puesto y que acompaña con unos banquitos para sus comensales, reluce la canasta en la que bien tapados con hule se encuentran los taquitos dorados (normalmente de papa, frijol y carne molida; y durante Cuaresma, de papa, frijol y rajas con queso); a un lado, pueden verse las salsas de repollo con jitomate y chile que ofrece para acompañarlos y que le da a su producto un toque especial.

Con orgullo, también habla del alcance que han tenido:

“Mis tacos hasta en Estados Unidos han sido famosos… vienen cada año, manda una muchacha que está allá… manda pedir tacos para ella y sus papás, sus hermanos le lleva. Y de México siguen viniendo, y mucha gente de aquí de Lagos, de León, de Aguascalientes, de Guadalajara… dicen ‘es que allá no es igual, los echan en bolsa’”.

Aunque como en cualquier venta o comercio, hay días buenos y otros no tanto, la señora Micaela no desiste. Incluso dice, disfruta mucho su trabajo y no le parece pesado. Mientras pueda, continuará ejerciéndolo y, dice, cuando eso ya no sea posible piensa heredarle el negocio a una de sus hijas.