Lo más importante para él siempre fue el cliente




Por Gabriela Arreola

Don Salvador Hernández empezó a trabajar desde muy chico, rondaba entre los 12 y 15 años cuando comenzó a ayudar en la tienda de su padre, el señor Cipriano Hernández, quien con toda la familia había dejado San Julián para empezar una nueva vida en Lagos de Moreno. No pasó mucho tiempo, cuando en 1920, don Salvador creció lo suficiente y decidió abrir su propia tienda, que llegó a ser una de las más importantes no sólo para la ciudad, sino para la región. En ésta se comercializaban un sinfín de alimentos como azúcar, piloncillo, harina, sal, además de petróleo y artículos de ferretería.

Desde antaño, una familia dedicada al comercio

Don Salvador Hernández, dueño de los Abarrotes y distribuidora de azúcar

Venido de una familia dedicada en cuerpo y alma al comercio, don Salvador prestó un importante servicio a los laguenses y pobladores de municipios vecinos, en su tienda que se ubicó en la calle Constituyentes. Al respecto, habla su hija, María del Carmen Hernández:

«El servicio que se daba era así: en un principio en carretas, a caballo, por medio de las personas que llevaban la leche a Matanzas, a Tlacuitapan, a los alrededores. Ya al final terminó por ser una tienda para avíos de panadería, que era todo lo que viene siendo harina, azúcar, saborizantes, canela, todo lo que se necesita para hacer un pan, ya sea para amas de casa o panaderías».

En la ciudad uno de sus trabajadores, José Sánchez, era quien repartía la mercancía tirando él mismo de una carreta; también tomaba los pedidos de las tiendas, mismos que al día siguiente y sin demora se surtían. Después don Salvador adquirió una camioneta, la cual conservan sus hijas hasta la fecha.

Camioneta en la que Don Salvador Hernández trasportaba las mercancías

Una tienda muy surtida que atraía a los clientes

Acerca de la rutina diaria de don Salvador y de su familia y empleados, su hija comenta lo siguiente.

«Empezó muy chico, a los 15 años. Él decía que se levantaba a las 4 de la mañana a barrer y a surtir, porque ya a las 7 de la mañana se abrían los negocios. Se abrían a las 7, cerraban a las 2;  abrían a las 4 y cerraban a las 8 de la noche. Los únicos días que no se abría eran los días de fiesta: el 1ro de mayo, el 20 de noviembre. Los domingos sí abrían, de 7 a 3 de la tarde. Pues él fue de los primeros comerciantes y tenía muy surtida la tienda».

Sobre los productos que comercializaba, don Salvador importaba bacalao de Noruega y compraba quesos a los señores Pedro Salabert y Vicente Márquez. En ciertas épocas, dice su hija, se vendían más algunas cosas, por ejemplo, en diciembre las personas procuraban harina, manteca, dulces, cacahuate y canela; en cuaresma, camarón seco, queso, grajea y sardinas. Todo se vendía a granel y se usaban alcatraces, o conos de papel, para empacar las mercancías.

María del Carmen Hernández habla de las enseñanzas de don Salvador hacia sus hijos y sus clientes:

«Para nosotros él fue un gran ejemplo, porque él no era nada más una persona que se dedicara al mostrador, sino que era una persona que sabía vender y que aparte de todo la atención al cliente era personalizada, y para él el cliente era lo más importante. Definitivamente de ahí nadie salía sin llevar algo y todas las personas lo buscaban porque para él los clientes eran los más importantes».

La Abarrotera y distribuidora de azúcar fue un negocio familiar en el que los hijos mayores de don Salvador se encargaban de despachar el petróleo, mientras que sus hijas atendían en el mostrador. María del Carmen dice que ella y sus hermanas sabían hacer los alcatraces; sumar, restar y multiplicar de memoria; y también, tal como su padre, ofrecían un buen trato al cliente.