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Dice Enrique Peña Nieto que lo bueno casi no se cuenta; para hacernos reparar en tamaña omisión, tomó el rol de locutor y machaca todos los días frente a la cámara, y con micrófono para él solito, la afirmación con retruécano: eso bueno que muy apenas se cuenta, cuenta mucho. ¿Y qué es eso útil que no está en las narraciones cotidianas? Nos da muestras: el negocio de una familia, la beca que obtuvo un joven, una beneficiaria del Seguro Popular, etc. Que el presidente de la República resalte estas cosas buenas deja implícito que son imputables a él y a su gobierno, pero como no miramos atentamente, descreemos de su gestión, por maloras o porque los medios escamotean informar sobre esos hechos estupendos.

Hay que reconocer que la percepción del presidente es estable: de su diagnóstico hace unos meses, que estamos de mal humor, siguió la prescripción: lo que necesitamos, nosotros, para elevar el estado de ánimo, es voltear a ver las cosas buenas que él ha propiciado.

Un alud de electrones y litros de tinta han corrido merced a esta mercadotecnia fértil para el sarcasmo, para el que también se presta el personaje presidencial, ya en plan de caricatura de su caricatura. Sin embargo, no sobra hacer énfasis en una tangente que surge de esa publicidad: el equipo que desde el gobierno federal pretende regir no conoce al país ni a quiénes lo habitan. El más pesimista, o la más pesimista de los críticos en los medios y en la academia no se atrevería a decir que en México todo es malo, ni siquiera las personas que se la pasan mal, millones y millones, por factores económicos, por injusticias judiciales o por exclusiones clasistas de las que no faltan, a gran escala, dirían que todo es malo, así de magnífica es la gente.

Si en un día hábil cualquiera, el presidente recorriera algunos de los caminos rurales, vería en sus bordes a las niñas y a los niños que en hilera, a pesar de todo, van a la escuela. Si pasara ante cualquier construcción escucharía a los albañiles reír, alburearse y cantar, con todo y lo duro de su jale y de las condiciones en que lo hacen. O ahora que están próximas las fiestas patrias, debería asomarse a la plaza de un pueblo remoto, notaría cómo se las ingenian para tener su fiesta y celebrar algo que está muy lejos de la idea hueca que de la patria tienen los gobernantes, es el festejo de la vida cotidiana imbuida por la certeza de ser mexicano, o mexicana, que es condición, es alegría, es asidero y también fatalidad: aquí les tocó nacer, y hay bueno y hay malo. El que detenta el poder es hoy un spot de radio, de tele, y desde esa su naturaleza pergeñó “reformas estructurales” como la educativa, como la fiscal o la laboral, de ahí las fallas de origen y claro, de destino.

Pero las cosas buenas, lo sabemos, no son entidades extrañas que tengamos que rescatar para solazarnos en ellas y olvidar lo demás, como supone la mercadotecnia. Lo magnífico, lo bueno y lo regular que atestiguamos son parte de un todo que no es anulado por alguno uno de los elementos: la calle en una colonia popular que al fin tiene pavimento y luminarias produce en los vecinos una emoción alta, que sin ser despreciable debe acomodarse en el resto que es la vida en comunidad: alrededor están la incesante inseguridad pública, la carencia de otros servicios municipales, el empleo precario y mal pagado, etc. Las cosas buenas sí se cuentan, inclusive las que propician los gobiernos, pero cuentan justo lo que corresponde.

Porque puesta la acción del gobierno federal en una balanza, por un lado, las deudas contraídas con los gobernados por la corrupción, por la indignidad para tratar con Donald Trump, por el fallido combate al crimen organizado, por el estado crítico de casi todos los cuerpos de agua, por el desastre educativo propiciado en buena medida desde el centralismo corporativista, por haber dilapidado la riqueza petrolera y son sólo unos ejemplos, y si ponemos del otro lado las cosas buenas del tipo de las que promociona el presidente, es verdad: prácticamente no se cuentan, pero en todo caso: lo rescatable es el esfuerzo de quienes dan testimonio que, por lo demás, con gobierno o sin gobierno, habrían salido adelante; es curioso: ninguna de las buenas cosas anunciadas tiene rango comunitario.

Sí, pasan muchísimas cosas benignas… pero no es que pasen, la gente, las personas del común las propician, es la vida, es la índole bondadosa y solidaria de la inmensa mayoría que sabe que del gobierno no toca esperar mucho, bueno, sí, parece que ahora habrá una muda: “del gobierno debemos esperar que su representante, el presidente, se suba al pódium para salir en la tele porque en dos o tres minucias, nada nuevo, simple y sencillamente hizo su trabajo.