El arte de trabajar las pieles de una manera exquisita y delicada




Por Gabriela Arreola

Hace años que falleció el hábil  talabartero don Víctor Gómez, pero antes de partir legó a su hijo el oficio de trabajar con las pieles de una manera exquisita y delicada. Don Víctor, siendo un adolescente, tuvo su primer contacto con la piel y con el oficio gracias a que empezó a hacer sus propias pelotas de beisbol acudiendo con «El Turripis», quien vivía en la calle López Cotilla. Al principio le pedía que le regalara algunos retazos para sus pelotas y después acudió a él para que le enseñase las cosas básicas de la talabartería.

Pelotas y bolsas para municiones

Fundas de cuchillos en Talabartería de don Víctor Gómez

En una ocasión, el padre de Don Víctor le pidió que le hiciera una pequeña bolsa de cuero para cargar las municiones y otros objetos de cacería; fue él mismo hasta León, Guanajuato, a comprar el material y se puso a hacerla con sus propias manos. La bolsita quedó tan bien hecha que los conocidos de su padre le encargaron más. Posteriormente se dedicó a hacer fundas de armas de fuego y cuchillos, y se interesó por la elaboración de maletines y carteras. 

Este es el testimonio de su hijo, quien lleva el mismo nombre de don Víctor Gómez y se dedica en la actualidad al mismo oficio.

«Ya cuando se casó empezó a hacer cosas, por ejemplo maletines, bolsas, cinturones, todo para ayudarse, porque fuimos nueve de familia; él para ayudarse, llegando a la casa comía y se dedicaba al taller. Yo lo veía a veces trabajando hasta las 12 de la noche. A él le gustaba mucho, pero no lo hizo siempre para depender nada más de eso».

Fundas de cuchillo

Un apoyo económico y una pasión

El trabajo con las pieles, detalla el hijo de don Víctor, sirvió como un apoyo a la familia, pues en realidad, su padre laboró de manera formal como servidor público y gerente. No obstante, la talabartería, además de colaborar con la economía familiar, fue un pasatiempo que hasta en sus últimos años de vida siguió inspirando a don Víctor.

Era un hábil artesano, pues se le daba el dibujo; era muy creativo e incluso llegó a desarrollar una técnica que requiere mucho trabajo y dedicación: el realzado. También hizo sus propias herramientas.

Víctor Gómez hijo explica la diferencia entre la talabartería y la marroquinería, ambas practicadas por don Víctor.

«La marroquinería viene siendo lo que son maletas, carteras, todo eso de piel; la talabartería es más bien lo enfocado hacia lo del campo, de los caballos y todo eso, y como le digo, fue perfeccionado sus técnicas, empezaría yo creo como a los 13 o 14 años, de más chico el cosía sus pelotas. Por ejemplo, de marroquinería hacía maletas de piel grandes, unas maletas con una fibra de cartón muy gruesa que cosía a mano porque no se podía coser en máquina, y haga de cuenta que parecían baúles, y todavía de piel, quedaban muy resistentes».

Silla de montar

Don Víctor, dice su hijo, se inspiraba en piezas que veía o que las personas le llevaban, incluso en los catálogos que llegaban a sus manos. Hizo sillas de montar, maletas, carteras, fundas de armas de fuego y de cuchillos.

«Él lo hacía en parte para ayudar con los gastos de la familia, y en parte, ya al último todo esto fue como un hobbie, se puede decir que como una terapia ocupacional. Él se levantaba, desayunaba, se ponía a leer el periódico y ya de rato se iba al taller a entretenerse, a hacer las cosas».

En sus últimos años de vida, la talabartería y la marroquinería fueron para don Víctor una terapia que lo ayudó a mantenerse ocupado y a seguir echando a volar su imaginación y sus destrezas. Quizá no llegó a saberlo, pero algunas de sus piezas, con las que participó en diferentes concursos, llegaron a ser exhibidas en el Museo de Arte Popular de la Ciudad de México.