Video | Nadie está a salvo de las balas perdidas en Rio de Janeiro




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Río de Janeiro, Brasil.

Cuando los tiroteos entre policías y narcotraficantes cesan en las favelas de Rio de Janeiro, comienza el duelo por otras víctimas de esta guerra urbana, a menudo niños como María Eduarda, alcanzada por una ráfaga de "balas perdidas" dentro de su escuela.

Los enfrentamientos estallan súbitamente y nadie está a salvo de los disparos de fusiles Kalashnikov o de otras potentes armas que dejan sembradas de cartuchos a estas barriadas pobres, intrincadas y densamente pobladas.

La AFP recogió historias de personas que quedaron atrapadas entre dos fuegos, en su informe multimedia "Balas perdidas, vidas rotas por la violencia en Rio".

La investigación muestra cómo esas balas que se "pierden" se han convertido en un símbolo que agrega crueldad a una gigantesca crisis de seguridad de la ciudad que el año pasado recibió los Juegos Olímpicos.

Maria Eduarda Alves, de 13 años, era una alumna dedicada, fanática de baloncesto. En una ciudad dura, se esforzaba por hacer sus cosas bien y lo conseguía.

Pero el 30 de marzo todo se derrumbó, cuando la policía abrió fuego contra supuestos traficantes de drogas y una ráfaga pasó a través de una reja de su escuela, en la zona norte de la ciudad.

Los agentes con toda probabilidad no se percataron de lo ocurrido, pues estaban concluyendo su operación afuera. Una filmación casera realizada por un transeúnte los muestra poco después ejecutando a dos personas aparentemente heridas en la acera.

En el patio de la escuela, Maria Eduarda, que había ido a buscar agua durante su clase de gimnasia, ya estaba muerta.

"La besé, la besé, estaba calentita. La besé, la besé, había mucha sangre, mucha sangre... fueron dos tiros en la cabecita", contó su madre, Rosilene Alves Ferreira, de 53 años, recordando el momento en que llegó al lugar.

Ese tipo de incidentes, que serían portada de periódicos en otras partes del mundo, en Rio rara vez salen de las páginas policiales.

El reporte aborda este flagelo en la ciudad que es el emblema turístico de Brasil, un país considerado como uno de los más peligrosos del planeta, con cerca de 60 mil homicidios anuales.

Los proyectiles pueden segar repentinamente una vida a la puerta de una iglesia, en un estacionamiento, en un restaurante. De día o de noche. Las frágiles construcciones de las favelas no siempre consiguen detener las balas y por eso, hasta quedarse en casa puede ser peligroso.

No existen registros oficiales de heridos o fallecidos por balas perdidas, pero los reportes alternativos son explícitos. El diario O Globo contó 632 casos en la primera mitad de este año en el Estado de Rio, con 67 muertes.

- La lógica de la muerte -

La ONG Rio de Paz lleva desde 2007 un cuidadoso registro de los menores golpeados por este impiadoso capítulo de la guerra contra los narcos.

En poco más de una década fueron asesinados 42, contando bebés, niños y adolescentes. Algunos murieron dentro del auto familiar, otros jugando al fútbol o mientras dormían.

Y el número crece rápidamente: diez niños perdieron la vida en 2016 y otros diez en lo que va del año. Ambos registros están por encima de los siete fallecidos en 2015 y representan un alarmante salto desde los 10 que murieron en los cinco años previos.

Antonio Carlos Costa, fundador de Rio de Paz, afirma que la combinación de áreas densamente pobladas, armamento con alto poder de fuego y disputas entre bandas por el control del tráfico forman un cóctel letal.

Pero Costa reserva sus críticas más ácidas para la policía que, según sostiene, considera a los barrios como zonas de guerra.

"Las operaciones policiales siguen la lógica de la muerte, la lógica de disparar primero y preguntar después", dijo a la AFP.

"Se olvidaron de los riesgos que imponen a los civiles", agregó.

Las autoridades responden que los narcotraficantes dominan vecindarios completos a punta de pistola. Y tienen razones para creer que están en una guerra: 126 policías fueron asesinados en Rio de Janeiro este año, hasta este lunes. Gran parte de ellos fuera de servicio, al ser identificados como agentes durante robos, según las versiones oficiales.

La espiral de violencia se produce además en un estado brasileño agobiado por los problemas financieros, la corrupción muchas veces vinculada al despilfarro de los Juegos Olímpicos y la desmoralización generalizada de las tropas.

Mientras ese debate continúa, las víctimas accidentales como María Eduarda siguen tan vulnerables como siempre.

"Claro que los policías no fueron ahí a cazar a María. No fueron a matarla, pero fueron imprudentes (...), la mataron. Vieron que ahí había una escuela, pero hubo más de 60 tiros", dijo su madre.