Para descartarlos mejor regalarlos: feria agrícola para los pobres de Los Ángeles




Los Angeles, Estados Unidos.

Herlinda Mendonza llegó cinco horas antes de que abriera la feria con su hija Laura porque querían ser las primeras.

Cada una estaba al mando de un carrito, que llenarían con frutas y hortalizas que se distribuyeron gratuitamente en un galpón de un barrio humilde de Los Ángeles.

"Todo, todo me gusta, la uva, la cebollita...", dijo Herlinda con esa voz dulce de abuela consentidora. "Todo lo que le den a uno hay que saberlo agradecer".

En esta oportunidad se repartieron 6.800 kilos de comida que iban a ser descartados en un mercado mayorista.

No es que estuvieran dañados, explicaron los organizadores de la feria. Se botarían porque un lote más fresco viene en camino y eso quedó allí sin vender, o porque algún producto tiene una pequeña abolladura o no está perfectamente brillante.

Con esa justificación se lanzan a la basura todos los días toneladas de comida en Estados Unidos y la ONG Food Forward se trazó la tarea de "rescatar" estos productos frescos para distribuirlos entre los más pobres.

Cada semana recogen unos 160.000 kilos entre ferias agrícolas, mercados mayoristas y residencias.

"Con programas como éste ves que la gente comienza a entender la conexión entre el desperdicio de comida y el hambre, y empiezas a ver algunos cambios", explicó a la AFP su fundador, Rick Nahmias.

Food Forward dona lo que recoge a otras 575 organizaciones para que las repartan entre los más pobres por todo el sur de California.

- "No hay restricciones" -

Esta feria fue organizada por un centro comunitario y Food Forward en un galpón en Watts, uno de los barrios más pobres y peligrosos de Los Ángeles, con una población principalmente compuesta de hispanos y negros.

"Pueden llenar dos o más bolsas, no hay restricciones", resaltó Sheila Thomas, responsable del centro comunitario, que también ayuda a la comunidad a buscar trabajo y a los jóvenes a entrar y pagar su universidad.

En la fila esperan Herlinda y Laura, Oscar Bonilla, Paula Ramírez... todos con sus carritos, riendo de las anécdotas e historias que entre todos comparten para pasar el tiempo.

Ese miércoles se esperaba que se acercaran al galpón unas 500 personas.

La comida está colocada en bonitas cajas de madera, con todo muy organizado. Es el típico mercado tradicional.

La actividad se realiza en grupos de 10 y, frente a los estantes, la necesidad se hace más evidente.

Tratan de llenar las bolsas usando ambas manos, como si se tratara de un programa de concursos en el que a contrarreloj deben agarrar tanto como puedan.

"Esto es muy bueno para el corazón", señaló Herlinda con un pepino en la mano. "¿Sabes qué hago con esto?", preguntó después sosteniendo una mazorca: "Atol, divino me queda".

"Esta comida está buena, yo no entiendo cómo es que la van a botar", indicó por su parte Paula, una salvadoreña de 61 años, que ahorra considerablemente con esta iniciativa: ella y su esposo, postrado en una silla de ruedas, viven de una pequeña pensión. "Ni él trabaja ni yo tampoco".