Especial | Las Vicentinas



- Mujeres de La Venta del Astillero se han dedicado durante 30 años a la atención de migrantes; con dinero de su propia bolsa, venta de tamales y rifas han dado techo y comida al viajero -

Zapopan, Jalisco.

De manera silenciosa y hasta anónima, un grupo de mujeres de la Venta del Astillero se ha dedicado desde hace tres décadas a dar techo y comida al viajero, al necesitado, a todo aquel que requiera una ayuda en su paso por esta localidad del municipio de Zapopan.

A cuadra y media de la carretera a Nogales se erigió el albergue, donde otorgan el apoyo principalmente a mexicanos que viajan de estado en estado para trabajar en la pisca, inmigrantes centroamericanos que recorren el país para llegar a Estados Unidos o mexicanos deportados que pasan por Jalisco para regresar a su lugar de origen.

Se trata de voluntarias Vicentinas, cuyo patrono es San Vicente de Paul, sacerdote francés que a donde llegaba fundaba grupos de ayuda a los pobres. Así fue como una misión de padres Vicentinos llegó a la Venta del Astillero para motivar a sus habitantes a ser solidarios con quienes están de paso, recuerda la fundadora Elisa Blas.

“Se vio la necesidad de tantas personas que se quedaban en la calle, entonces en aquel tiempo estaban en esta comunidad los sacerdotes misioneros Vicentinos, entonces ellos también vieron esa necesidad tan grande de que hubiera un lugar donde ellos descansaran, entonces este lugar, este albergue fue una donación de parte de una señora que se llamaba Elena Olivares”.

Por su ubicación a pie de carretera y ser parte de la ruta del ferrocarril de carga, la Venta del Astillero siempre ha recibido a inmigrantes, quienes llegan de raite en tráiler o arriba de la “Bestia”. Antes de que se construyera el albergue, Elisa Blas los recibía en su restaurante o eran alojados en el templo del pueblo.

Una vez que les donaron el terreno, sus familias construyeron el inmueble, que actualmente tiene la capacidad del albergar a 24 personas cómodamente en literas.

“Empezamos muy despacio la verdad porque nuestra comunidad era demasiado pobre, no estaba como ahora, entonces iniciábamos con jornadas de trabajo, pedimos dos o tres horas de trabajo a las personas que eran albañiles y nuestros esposos eran quienes apoyaban a hacer la mezcla, arrimar ahí material, nosotros hacíamos comida, hacíamos hasta convivencias, les hacíamos su carne asada, con eso les pagábamos”.

A 30 años del inicio de esta labor, el grupo de Vicentinas está conformado por 10 mujeres, quienes tienen entre 7 y 29 años de voluntarias.

Todos los días, cuando oscurece, el albergue abre sus puertas para quien requiera techo para descansar, cena y un cambio de ropa, en caso de ser necesario.

Los gastos se sufragan gracias a donativos, pero también con la venta de tamales, rifas y de la propia bolsa de Las Vicentinas, señala Alicia Canchola Pérez.

“Muchas veces sí mete uno parte del gasto, pero trabajamos mucho para solventar, pero también recibimos bastante ayuda de la comunidad, la comunidad es muy consciente de que es gente que necesita, gente de fuera y que nos apoya cuando vendemos rifas, cuando vendemos los tamales todo se termina”.

El mundo conoce la historia de Las Patronas, mujeres que sostienen el albergue Esperanza del Migrante en Veracruz, cuya ayuda ha sido un alivio para miles de inmigrantes centroamericanos. Ellas no son las únicas mexicanas que desinteresadamente tienden la mano a quien viaja sin nada. A lo largo del país se ha tejido una red ciudadana de apoyo, de la que también forman parte Las Vicentinas, de Jalisco.

- La labor de las Vicentinas va más allá de una noche de alojamiento y cena -

Al albergue de La Vicentinas llegan heridos o enfermos, quienes requieren más que un día de alojamiento y comida. Para estos casos, las 10 mujeres voluntarias de esta asociación hacen un esfuerzo mayor para solventar su atención médica y esperar su recuperación. Atienden a los que van para el norte, pero también a los que regresan, que se resisten a quedarse atrapados en la frontera después de fracasar en el Sueño Americano.

De acuerdo con el Instituto Nacional de Migración, en 2017 fueron deportados 12 mil 447 mexicanos.

Una de las últimas personas que llegó en esas condiciones es Erick Cruz Martínez, quien fue atropellado enfrente de la casa de la señora Elisa Blas.

Erick Cruz fue deportado de Estados Unidos y se dirige a su tierra natal Santa María del Tule, Oaxaca. Desde Nogales, donde lo dejaron las autoridades estadounidenses, empezó su travesía en raite. Los traileros han hecho posible que esté a la mitad del camino a casa y Las Vicentinas que no decaiga, a pesar de todo lo que ha pasado. En Virginia dejó a su pareja, y dos hijos, uno de 11 y otro de nueve años.

A Erick lo agarró la migra en el restaurante Tres Amigos, en el que trabajaba como mesero. Era la segunda vez que vivía en Estados Unidos. Ésta última estancia duró siete años.

El oaxaqueño llegó a la Venta del Astillero sin dinero ni mochila. En Nogales fue asaltado y ahora se recupera de las heridas que sufrió en su rostro y cuerpo al ser arrollado. Estas condiciones no son distintas a las que enfrentan otros inmigrantes, señala Elisa Blas.

Las Vicentinas se han hecho cargo no sólo de gastos médicos, sino también de traslados de quienes tocan su puerta. Han recibido a adultos mayores en condición de calle, a quienes han apoyado hasta su muerte y han enterrado en el panteón del pueblo. Están preparadas para cualquier contingencia.

- Las Vicentinas empiezan a recibir a más mexicanos que centroamericanos -

En tres décadas, el albergue de Las Vicentinas en la Venta del Astillero ha sido testigo de los cambios que ha experimentado la dinámica migratoria. El riesgo latente de perder la vida al recorrer México y en el intento de trepar el muro, así como las políticas hostiles de Donald Trump ha disminuido la migración hacia Estados Unidos. Este grupo de mujeres cada vez recibe menos personas provenientes de Centroamérica y los mexicanos que solicitan su ayuda no buscan salir del país, sino trasladarse de estado en estado para trabajar en el campo o en oficios.

Así fue como llegó Andrés, quien estuvo unos días en Guadalajara, donde residen sus hijos y ahora viaja de regreso a Mexicali.

Este hombre accede a relatar su historia, pero bajo el anonimato para no preocupar a su familia, la cual desconoce que vive en situación de calle.

Andrés llegó con su mochila repleta de ropa sucia. En el albergue le facilitaron un lavadero y lo necesario para que pudiera lavarla. Su intención era cenar, descansar una noche y retomar su camino al día siguiente.

El plan de regreso a Mexicali, donde le dan trabajo como cuidador de una iglesia cristiana, es el mismo con el que llegó a Guadalajara: vivir día a día.

Andrés ha viajado así toda su vida para trabajar en el campo, en donde no le piden escolaridad. Dice que hasta en la obra piden papeles y en la pisca nunca ha sido importante.

Es el mismo caso de Abundio Calleros, de 20 años, quien es de Durango y arribó hace año y medio a la región Occidente en busca de “jale”.

Abundio reside en el albergue desde hace cinco meses. Actualmente trabaja como seguridad privada y su plan es asentarse en Jalisco.

El número de mexicanos que migra hacia Estados Unidos ha decrecido en los últimos años. De acuerdo con un informe del Instituto de Estudios y Divulgación sobre Migración, 161 mil mexicanos cruzaron la frontera en 2005 y una década después fueron 22 mil menos, además casi se quintuplicaron las solicitudes de asilo de personas provenientes de Centroamérica en cinco años.

Las estadísticas son comprobables en el entorno de las vías del tren, señala Eugenia Vignon, jefa del Programa Paisano de la delegación estatal del Instituto Nacional de Migración.

El grupo de voluntarias Las Vicentinas no hacen distinción; sin importar la procedencia, quien llegue a su puerta, recibirá cobijo.


Georgina Iliana García Solís